Lecciones de un escenario geopolítico en ebullición
He sido testigo de cómo las tensiones internacionales pueden escalar rápidamente, y el caso actual entre Venezuela y Estados Unidos es un manual de estudio. El presidente Nicolás Maduro elogió este jueves la movilización de los cuerpos de seguridad y las milicias bolivarianas, un despliegue concebido para preparar al país ante lo que califica como una potencial agresión norteamericana. En mi experiencia, cuando un gobierno activa a sus reservistas y civiles, el mensaje que envía es tan crucial como la capacidad militar misma.
El operativo, que abarcó desde el estado Zulia hasta Sucre, desplegó una fuerza combinada militar, miliciana, policial y equipos de primer nivel para la defensa costera y antiaérea. Maduro, en un acto de gobierno televisado, destacó una hazaña logística: en apenas seis horas se cubrió el 100% de las costas nacionales “con todo el equipamiento y el arma pesada para defender” el territorio. He aprendido que la velocidad de despliegue es a menudo un disuasivo más poderoso que el armamento mismo.
El contexto estratégico detrás de los ejercicios
Maduro situó estos ejercicios en un marco de “10 semanas de amenaza imperialista y guerra psicológica”, afirmando que su gobierno actúa con serenidad mientras cumple sus deberes. El ejercicio, programado para mantenerse durante 72 horas, es la respuesta tangible a una percepción de asedio. A lo largo de los años, he visto cómo estas demostraciones de fuerza buscan tanto consolidar el apoyo interno como enviar una señal de firmeza al exterior.
Estas maniobras castrenses, que incluyen la incorporación de voluntarios civiles armados para asistir a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, fueron ordenadas por el ejecutivo de Maduro desde septiembre. La chispa que encendió la mecha fue el despliegue de buques de guerra estadounidenses en aguas del Caribe. La administración del presidente Donald Trump justifica esta presencia con el objetivo de combatir a los cárteles de narcotráfico latinoamericanos, una narrativa que Caracas rechaza de plano.
La escalada no es solo naval. A principios de agosto, el gobierno de Estados Unidos duplicó la recompensa por la captura de Maduro hasta los 50 millones de dólares, acusándolo formalmente de narcoterrorismo. He observado que cuando las sanciones económicas se combinan con acusaciones penales de alto perfil, el espacio para la diplomacia se reduce drásticamente.
La postura venezolana y la solidaridad regional
Maduro sostiene que las imputaciones en su contra carecen de fundamento y que el despliegue naval estadounidense constituye una amenaza directa a la estabilidad de Venezuela, interpretándolo como el preludio de una presunta invasión para derrocarlo. Esta perspectiva ha encontrado eco en otros gobiernos de la región, como Colombia y Cuba, que también han calificado la presencia de tropas norteamericanas en el Caribe como una acción que vulnera la soberanía.
La situación adquirió un cariz aún más sombrío la semana pasada cuando Trump confirmó que autorizó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a ejecutar operaciones encubiertas dentro de Venezuela, y señaló que evalúa la posibilidad de realizar operaciones terrestres en este país sudamericano. En mi análisis, la admisión pública de operaciones encubiertas es una táctica de presión calculada, destinada a incrementar la incertidumbre del adversario.
Frente a estas declaraciones, el ministro de Defensa, general en jefe Vladimir Padrino López, afirmó con contundencia que cualquier intento de agredir a Venezuela “fracasará”. Su declaración fue categórica: “Podrán meter no sé cuántos cuerpos adscritos a la CIA en operaciones encubiertas desde cualquier flanco de la nación y cualquier intento fracasará, como ha fracasado hasta ahora”. He comprobado que, en estos escenarios, la moral y la percepción de unidad son tan críticas como las capacidades defensivas.
El ministro añadió una reflexión estratégica que resume el objetivo último de estas movilizaciones: “Todas las acciones que estamos ejecutando buscan alcanzar un punto óptimo para evitar y contrarrestar la amenaza militar desplegada en el Caribe, una grosera amenaza castrense contra la región, y además para proteger internamente al país de cualquier acto de desestabilización”. Una lección que la historia geopolítica nos ha enseñado una y otra vez es que la preparación y la disuasión son los pilares para navegar por aguas internacionales tan turbulentas.















