“Porque en México, los millones no se pierden… se redistribuyen entre amigos.”
Dicen que el dinero no se evapora… se transforma. Y si alguien domina el arte de la “transmutación política”, ese es Adán Augusto López Hernández. El exgobernador de Tabasco, hoy senador y pieza clave del ajedrez guinda, amaneció en las portadas porque el Sistema Nacional Anticorrupción pidió algo tan raro como urgente en este país: que se le investigue.
Treinta millones de pesos desaparecieron de sus declaraciones patrimoniales entre 2019 y 2024. No fue magia ni ajuste contable; fue un Houdini financiero que haría palidecer a cualquier contador público. La presidenta del SNA, Vania Pérez Morales, no se anduvo por las ramas: pidió al Senado revisar a detalle los bienes, los ingresos y los contratos del político tabasqueño. Lo hizo con nombre y apellido. Resultado: amenazas, presiones y una lluvia de comunicados queriendo tapar el sol con el dedo.
Mientras tanto, allá en Tabasco, el eco del “Comandante H” —su exjefe de policía, acusado de nexos con el crimen organizado— sigue retumbando. Y aunque el PAN ya denunció penalmente a Adán Augusto por encubrimiento, la FGR asegura con cara de oficinista cansado que “no existe carpeta de investigación”. Traducido al español político: no lo estamos investigando, pero gracias por participar.
Lo más curioso es el silencio. El mismo que huele a pacto, a blindaje, a ese tipo de impunidad que ya no necesita discursos, solo complicidades. En los pasillos del Senado, los mismos que hoy aplauden su “honestidad” son los que mañana buscarán su firma para asegurar presupuesto. Y así, la rueda gira, la justicia bosteza, y los millones perdidos siguen corriendo maratones invisibles en las cuentas de alguien.
Al final, el caso Adán Augusto no es una anécdota aislada: es el retrato del país donde el poder se limpia las manos con guantes de seda. Donde los santos de la 4T también dejan huellas digitales.
Columna elaborado por
La sombra desde la banqueta















