La pregunta que nadie en Palacio quiere decir en voz alta ya tiene eco en los pasillos del Senado: ¿y si la revocación sí pega? No por falta de votos, sino por exceso de fuego amigo. En la política mexicana, cuando la tormenta cae, no cae del cielo… cae de la misma casa.
Imagínate la escena: Sheinbaum entregando el informe, la tinta aún fresca en el sello presidencial, y el Congreso llamando a sesión urgente. No es golpe de Estado, es la Constitución activando modo “cambio de piloto”, como si México fuera un avión turbulento y alguien en Morena decidiera que ya es hora de revisar las maletas en pleno vuelo.
En ese instante, el país no se queda sin presidenta… pero sí sin rumbo definido. Porque el relevo no lo decide el pueblo, sino la tribu más hábil dentro del partido gobernante. Y ahí empieza la danza que todos presienten y nadie confiesa.
Monreal se acomodaría el saco con la misma calma con la que otros acomodan la pistola antes de un duelo. Jugaría al negociador, al académico de la política, al pastor de mayorías. El hombre que sonríe mientras hace el inventario de alianzas que lleva décadas guardando. Para algunos sería traidor; para otros, cirujano de emergencia. Pero para él sería lunes.
Del otro lado, Adán Augusto, ese político que huele al obradorismo como el incienso huele a iglesia. Callado, disciplinado, sin titubeos. El tipo que no habla mucho porque sabe que los que hablan no mandan, y los que mandan no hablan. Si el Congreso busca continuidad, él es la figura que calmaría a los devotos y mantendría el proyecto firme, aunque fuera con soldadura fría.
Y por encima de ambos, flotando como humo de ocote en ceremonia indígena, estaría El Tapado. Sí, ese personaje inédito, ese nombre que siempre aparece cuando el tablero se incendia. El que tiene la bendición de la mano que construyó la 4T, aunque ya no viva en Palacio. En México, los tapados no se inventan: se administran.
La posibilidad de una revocación no solo pondría a Claudia en el centro del huracán; pondría a Morena frente al espejo más brutal: ¿quién de todos ellos está listo para sentarse en la silla sin haber ganado una elección presidencial? ¿Quién se atreve a sostener el proyecto sin romperlo? ¿Quién se siente heredero legítimo y quién acepta ser simple encargado temporal?
Mientras la ciudadanía piensa en si Sheinbaum debe seguir o no, Morena piensa en una pregunta más íntima y más peligrosa: si la silla queda libre, ¿quién se atreve a ocuparla sin quemarse? Y ahí es donde el país tiembla… porque cuando los partidos eligen presidente sin urnas, lo que se sacude no es el poder, sino la confianza social.
La revocación sería presentada como ejercicio democrático, pero su consecuencia sería la mayor lotería política del siglo. Una tómbola donde el boleto lo tienen los que mejor negocian, no los que mejor gobiernan. Y si Morena se fractura al elegir al sustituto, el movimiento puede sobrevivir… pero la unidad no.
Porque en México la pregunta no es “¿qué pasa si la revocan?”.
La verdadera pregunta, la que nadie quiere contestar, es:
¿qué pasa si la silla queda sola… y todos creen que les pertenece?
Columna elaborada por
La sombra desde la banqueta














