“En este estadio, el poder siempre juega de local… y la justicia ni sale del vestidor.”
En la banqueta, justo donde se juntan los rumores, vi una escena digna de editorial: un magistrado soplando un silbato sin aire, como árbitro de futbol comprado en mercado negro. Frente a él, un exgobernador calentando antes de entrar: estiramiento, amparo, suspensión provisional, otro amparo… parecía más un atleta del litigio que un político.
En Tamaulipas, la justicia no camina: trota, se esconde, se detiene, se ampara y, cuando es necesario, finge un calambre. La investigación por los 560 millones desviados vía Comunicación Social al Tampico-Madero destapó algo más grande que un simple caso de dinero extraviado. Destapó el estadio donde juega el verdadero equipo: el de los magistrados que operan como defensa personal de Francisco Javier García Cabeza de Vaca.
Los expedientes fiscales —esos que deberían hablar solos— llevan más de dos años haciendo fila en tribunales donde todo se mueve lento… excepto cuando se trata de proteger al exmandatario. Ahí sí: el trámite vuela. Los silbatos se apagan, las faltas se borran, y las tarjetas rojas se vuelven invitaciones a “seguir jugando”.
Los actores son conocidos: jueces que conceden amparos como si fueran estampitas coleccionables; magistrados que revisan expedientes a una velocidad sospechosa; sentencias que llegan en fin de semana “por riesgo de daño irreparable”, aunque el daño irreparable lo trae el erario desde 2020. La Fiscalía empuja, revisa, acusa. Pero el balón siempre rebota en la misma muralla: decisiones federales que suspenden órdenes de aprehensión, cancelan alertas migratorias, desactivan fichas rojas y mantienen intacto al jugador estrella fuera de la cancha del castigo.
Y mientras tanto, en la tribuna, la opinión pública pregunta lo obvio: ¿cómo es que un caso con órdenes de captura vigentes, con auditorías abiertas y con denuncias documentadas necesita tanto aire judicial? ¿Y por qué cada pitazo legal cae estratégicamente como si siguiera el plan del técnico del equipo azul celeste?
Pero la ironía mayor es esta: mientras el gobierno actual acusa “red de jueces”, los jueces alegan “persecución política”, el Congreso juega a expulsar escoltas y el exgobernador juega a esconderse detrás de resoluciones. Todos tienen razón… y nadie la tiene completa. Porque aquí no se juzga solo a un político. Se juzga la elasticidad del sistema judicial, esa facultad de doblarse sin romperse cuando el protagonista trae suficientes conectes.
En este tablero, el desvío de 560 millones ya no es la noticia. Lo que realmente truena es comprobar que, en México, hay magistrados que no dan justicia: dan tiempo. Y a veces, tiempo es exactamente lo que necesita un prófugo para seguir corriendo sin sudar.
Lo insólito es que la última palabra no vendrá del estadio tamaulipeco, sino de la Suprema Corte. Ahí, una ministra tiene en sus manos el amparo que podría desbaratar toda la red… o reforzarla para otra temporada. El silbato, ahora sí, está en la mesa más alta.
En este país, algunos no huyen de la ley: la ley es la que corre atrás de ellos, con una lesión fingida y el árbitro mirando al cielo.
Columna elaborada por :
La sombra desde la banqueta














