El Juego Sucio: Cuando la NBA apostó contra sí misma

“Cuando el crimen viste jersey y el deporte se arrodilla ante la apuesta, ya no estamos viendo un partido… estamos viendo una película de mafiosos con boletos de temporada.”

Dicen que en el baloncesto todo se decide en los últimos segundos. Pero esta vez, los puntos no se ganaron en la duela, sino en las sombras. Lo que el FBI destapó parece más un guion de Scorsese que un informe judicial: un entramado de apuestas ilegales, lavado de dinero y partidas de póker manipuladas con tecnología de casino trampa, donde algunos jugadores y entrenadores de la NBA —sí, de la mismísima NBA— jugaban con las cartas marcadas del crimen organizado.

El nombre que más ruido hace es el de Terry Rozier, base de los Miami Heat, detenido en Florida bajo cargos de conspiración y fraude electrónico. Según los fiscales, usaba información interna —lesiones, minutos restringidos, decisiones de última hora— para mover apuestas deportivas a través de terceros. Una especie de “insider trading” versión deportiva, donde el balón no se pasa, se apuesta.

El otro protagonista de esta tragicomedia es Chauncey Billups, exjugador legendario y actual coach de los Portland Trail Blazers, acusado en una investigación paralela por “trucar” mesas de póker de alto riesgo junto a miembros de las cuatro grandes familias mafiosas de Nueva York: Bonanno, Gambino, Genovese y Lucchese. Las mismas que durante décadas dominaron la Costa Este a base de apuestas, extorsión y sangre. En esas partidas clandestinas, las máquinas de barajar estaban alteradas, las cámaras escondidas y las pérdidas millonarias garantizadas para los ingenuos que creían jugar limpio.

El Departamento de Justicia lo llamó Operation Royal Flush, una jugada digna de casino pero con uniforme de la NBA. La Bonanno organizaba los juegos y cobraba por “protección”; la Gambino actuaba como socia silenciosa, encargada de cobrar las deudas; la Genovese aportaba la tecnología para leer y transmitir el mazo; y la Lucchese lavaba las ganancias disfrazándolas de negocios legítimos en Nueva Jersey. Un equipo criminal completo, con funciones más claras que las de muchos vestidores profesionales.

Los federales aseguran que la red se extendía por once estados y que había más de treinta implicados. La NBA, por su parte, promete colaborar “plenamente” con las autoridades. Pero la mancha ya botó dentro del tablero. La liga más vigilada del mundo descubrió que el verdadero enemigo no estaba en la defensa contraria, sino en el marcador de las apuestas.

El eco de este escándalo revive el fantasma de Tim Donaghy, el árbitro que en 2007 apostó sobre los partidos que pitaba. Pero esta vez, el negocio no estaba en los silbatos, sino en los datos: quién se lesiona, quién descansa, quién se guarda para el siguiente partido. En la era de las apuestas en línea, cada dato médico es oro y cada jugador lesionado se convierte en mina para el apostador correcto.

Y ojo: esto no se queda en Estados Unidos. Si la NBA —un imperio de marketing, vigilancia y millones de dólares— puede ser infiltrada por las mismas familias que inspiraron The Godfather, ¿qué queda para nuestras ligas locales, donde las apuestas corren sin regulación y los controles de integridad son puro adorno? El crimen organizado ya no necesita pistolas para lavar dinero, le basta una app de apuestas y un par de “tips” de vestidor.

La NBA enfrenta ahora su partido más difícil: el de la credibilidad. Porque cuando la casa de apuestas se instala en el camerino y la mafia reparte el balón, la línea entre el deporte y el delito se borra. El público aplaude, pero el juego ya estaba vendido desde antes del salto inicial.

Columna elaborada por :
La sombra desde la banqueta

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