Gimme tha Power

En el Palacio de los Deportes tronó algo más que las guitarras: un grito incómodo, un riff contra el dogma. Molotov, los veteranos del rock callejero, soltaron lo que muchos piensan pero pocos se atreven a cantar: “Éramos un país bien chingón. ¡Ni estamos alineados a ninguna Cuarta Transformación!”
Y con eso, se desató la guerra de decibeles entre el escenario y el escritorio presidencial.

Molotov no descubrió el fuego… lo volvió a prender. Desde los noventa han sido los bufones del sistema, los que ponen ritmo al descontento, los que escupen verdades disfrazadas de sarcasmo. Pero esta vez el eco no vino del pueblo, sino del hijo del poder. José Ramón López Beltrán respondió en X, antes Twitter, como si defendiera la última cuerda de su fe política: “De flojera los críticos desubicados y convenencieros… Hace rato que los de Molotov dejaron de ser relevantes. Nuestro pueblo hoy está mejor que nunca y muy feliz con la 4T.”
Y ahí fue donde la irreverencia se puso eléctrica.

Paco Ayala, bajista de Molotov, no se quedó callado. Contestó con la rabia de un amplificador a punto de reventar: “Ya vi que nos escribió el panzón millonario. De mega fan a chairo idiota. Todos los políticos valen, ¡pero tu papá más que todos juntos!”
El golpe resonó más fuerte que un solo de guitarra. El hijo del presidente habló de progreso; Molotov habló de libertad. Dos acordes opuestos, dos mundos que jamás se sientan en la misma mesa… y mucho menos en el mismo mosh pit.

Mientras la Cuarta Transformación presume trenes, refinerías y “grandes obras”, Molotov sigue tocando con el mismo mensaje incómodo de siempre: el poder no se canta, se confronta. Y en un país donde hasta la rebeldía quiere credencial de partido, ver a una banda recordarle al poder que el pueblo no tiene vocero oficial es casi un acto patriótico.

En el rock y en la política, el silencio también es una nota. Molotov no busca likes: busca que duela. Y la 4T, que dice escuchar al pueblo, debería entender que a veces el pueblo no aplaude… grita. Porque mientras unos afinan discursos, otros afinan guitarras. Y en México, los amplificadores siguen siendo más sinceros que los micrófonos del poder.

Elaborado por la sombra desde la banqueta

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