La ayuda en Veracruz tiene dueño (y logotipo)

“En México la solidaridad es pública… pero con firma y fotografía oficial.   ¿Y tú, en tu ciudad, quién decide cuándo te rescatan: la naturaleza o el partido?”

En Veracruz el agua se llevó casas, pero el poder sigue seco: no fluye si no pasa por la llave del partido.

El norte del estado quedó convertido en un archipiélago de promesas. Poza Rica, Álamo, Cazones y Tihuatlán son hoy sinónimo de barro y abandono. Familias enteras duermen entre colchones mojados, rodeadas de moscos, esperando una ayuda que no llega… o que llega, pero con uniforme y cámara oficial. La tragedia no se mide por litros de agua, sino por el nivel de control con el que se reparte la compasión.

La lluvia, esa que no distingue partidos, reveló la nueva fórmula del poder: todo apoyo pasa por el filtro de la burocracia política. Si la despensa no trae sello, se sospecha; si la ayuda no viene con logo, se retrasa. En los retenes no preguntan qué llevas, sino de quién viene. Las donaciones ciudadanas se detienen “por protocolo”, los voluntarios son cuestionados “por seguridad”, y la ayuda se vuelve espectáculo administrado desde un escritorio en la Ciudad de México.

Claudia Sheinbaum prometió que no se escatimará en apoyos y presumió un fondo de 16 mil millones de pesos para la emergencia. Pero en el terreno, el discurso se traduce en control. Los Servidores de la Nación censan, fotografían y clasifican a los damnificados con tablets y chalecos guindas. Dicen que es para evitar corrupción, pero la gente comenta lo contrario: que es para garantizar agradecimientos y votos futuros. En México, el agradecimiento vale más que el voto, porque se imprime, se mide y se capitaliza políticamente.

Los ciudadanos que intentan ayudar por su cuenta se topan con la muralla invisible del monopolio moral. Youtubers, colectivos, iglesias y empresarios han denunciado bloqueos o demoras. No porque falte voluntad, sino porque sobra desconfianza oficial. El gobierno asegura que nadie impide el paso de ayuda, pero la realidad es otra: centralizarla todo lo convierte en propiedad política. En un país donde hasta la compasión se agenda, la solidaridad deja de ser virtud colectiva y se convierte en herramienta de propaganda.

Las imágenes de las inundaciones recorren el país: familias sobre techos, animales flotando, calles convertidas en ríos turbios. Pero junto a esa tragedia, otra imagen domina los noticieros: funcionarios entregando víveres con cámaras detrás. El dolor se volvió escenografía y el sufrimiento, contenido audiovisual. Cada emergencia es una oportunidad para recordar quién manda y quién debe agradecer.

El agua bajará, sí, pero el control se queda. Veracruz no solo fue víctima del clima, sino del modelo político que todo lo administra: desde el lodo hasta la lástima. Porque en México, la ayuda tiene dueño, sello, hashtag y vocero oficial.

En este país la solidaridad es pública… pero con firma y fotografía.

¿Y tú, en tu ciudad, quién decide cuándo te rescatan: la naturaleza o el partido?

Columna elaborada por :
La sombra desde la banqueta

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