“Cuando el pueblo calla, gobierna el poder.
Pero cuando la Gen Z habla, hasta el algoritmo tiembla.”
Dicen que cuando los jóvenes salen a la calle con pancartas, los gobiernos tiemblan. Pero cuando esos jóvenes llevan la bandera de One Piece, los estrategas del poder ya no saben si enfrentan una protesta o el primer episodio de una revolución digital. El 15 de noviembre, la Generación Z mexicana promete llenar las avenidas de la capital. No con tambores ni banderas partidistas, sino con celulares, memes y un grito tan moderno como incómodo: “no somos bots, somos el algoritmo harto”.
Todo comenzó como una ola de hashtags dispersos: #SomosGeneraciónZ, #YaBasta, #MéxicoDespierta. Nadie sabía quién los lanzó, pero todos los compartían. De pronto, cuentas recién creadas y perfiles con estética anime empezaron a convocar a marchas “por la seguridad, contra la corrupción y el miedo”. En teoría, apartidistas. En la práctica, un rompecabezas que huele a laboratorio político. Porque, curiosamente, las fechas de las marchas se empalman con las crisis mediáticas que golpean a Morena: el repunte de la violencia, los escándalos de inseguridad, y la sombra del descontento juvenil que ni TikTok logra silenciar.
Algunos sospechan que la marcha del 8 de noviembre fue un ensayo, un simple termómetro. El “movimiento oficial” no logró más de 300 asistentes, pero sí consiguió lo que ningún partido opositor había alcanzado en meses: que los jóvenes hablaran de política sin memes. Y eso ya es un logro subversivo. Dentro de Palacio, dicen que se encendieron los radares. No por la multitud, sino por el mensaje: “ya no les creemos”. El poder teme menos a los gritos en Reforma que a los hilos virales que cuestionan su narrativa. El miedo no es físico, es digital.
Otros analistas ven otro truco detrás del telón. ¿Y si la Generación Z está siendo usada como fachada? Los hashtags coordinados, los mensajes casi idénticos y las cuentas amplificadas por granjas de interacción huelen a campaña encubierta. Quizás no es una marcha espontánea, sino una batalla de percepción, un beta test de ingeniería social para medir qué tan fácil es mover a los zoomers con indignación empaquetada. Y si el algoritmo lo logró una vez, podría hacerlo de nuevo… para quien pague la pauta.
Paradójicamente, Morena también podría ser víctima de su propio discurso. Durante años alimentó la idea del pueblo empoderado, la calle como legitimidad, el derecho a protestar. Ahora que esa calle habla otro idioma —emojis, ironía y anime—, el monstruo no obedece órdenes. Los jóvenes que crecieron escuchando “no somos iguales” están respondiendo: “tampoco somos los tuyos”. El sombrero de paja de One Piece se convirtió en símbolo no de piratería, sino de libertad. Una bandera que ondea entre el caos y la esperanza, con un mensaje cifrado: “si el gobierno no nos escucha, nos volveremos virales”.
Puede que la marcha del 15 de noviembre no derroque gobiernos, pero sí está hackeando su miedo. La generación que no vota masivamente, que no ve noticieros ni escucha discursos, está aprendiendo a hablar el idioma del poder: la atención. Y si logran capturarla… ni el Palacio ni el algoritmo estarán a salvo.
Porque esta no es una protesta: es un spoiler del futuro.
Y Morena, aunque no lo admita, ya está mirando los créditos con el ceño fruncido.
Columna elaborado por:
La sombra desde la banqueta
















