LOS MENSAJES QUE SUENAN CUANDO SE MUEVEN LAS FICHAS

“En México no siempre cae el poder… a veces solo cambia de dueño mientras el discurso grita otra cosa.”

En la banqueta primero se escuchó un rumor: la silla del fiscal se deslizó hacia la salida y el temblor llegó hasta Palacio. La renuncia de Gertz no fue un acto voluntario ni un gesto republicano, sino un movimiento quirúrgico envuelto en el celofán de la institucionalidad. Y mientras la puerta se cerraba, el nombre de Ernestina Godoy aparecía como si ya estuviera grabado desde antes en la placa de la oficina.

Apenas acomodada la sucesora, la escena dio un giro: apareció AMLO hablando de “golpes de Estado”, de defender a Sheinbaum y de amenazas invisibles que merodean la vida pública. El tono no era el de la advertencia externa, sino el de quien vigila que su propia casa no se mueva sin permiso. Cuando el viejo narrador del movimiento sube al templete, nunca improvisa; siempre coloca la frase que reacomoda lealtades.

Mientras todo eso ocurría, Harfuch caminaba discreto, sin pronunciar palabra. Pero la reorganización institucional —FGR, SSPC, Presidencia— se alineó exactamente en la dirección que más orden le da a su proyecto. El poder a veces se gana sin empujar: basta con estar en el punto exacto cuando los demás retiran las manos del tablero.

Visto desde el cuarto frío, el movimiento tiene lógica. La salida de un fiscal desgastado; la llegada de una figura alineada al nuevo proyecto; la consolidación de un anillo de seguridad institucional bajo Sheinbaum; la narrativa preventiva de AMLO para blindar la transición. Nada fuera de lugar. Todo calculado para evitar que los viejos actores intenten reinsertarse en expedientes que ya no dominan.

Pero en el cierre conspiranoico —ese que nunca se dice en el micrófono— surge otra lectura. Tal vez AMLO no habló de golpes para defender a Sheinbaum, sino para recordarle al ecosistema político que él sigue siendo el eco principal del movimiento. Un aviso soterrado: “No me saquen del pacto que yo ayudé a tejer”. El golpe que teme no es militar ni opositor; es el golpe silencioso, ese en el que tus aliados ya no consultan tus tiempos ni tus prioridades porque el nuevo centro de gravedad ya no eres tú.

Y cuando un líder escucha ese crujido en el piso del poder, la palabra “golpe” deja de ser advertencia y se convierte en ancla: la forma más elegante de seguir sentado, incluso cuando la silla ya no es suya.

Columna elaborado por :
La sombra desde la banqueta

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