De la banqueta a la poltrona: la amnesia del poder

“Prometieron no servirse del poder… y ahora lo piden al término medio.”

Hace unos ayeres, aquellos que hoy despachan en oficinas alfombradas andaban con la camiseta sudada y el puño en alto, gritándole al viento que el pueblo era primero. Eran los meros meros de la protesta, los que pintaban consignas en la banqueta, se envolvían en la bandera de la austeridad y juraban que nunca, pero nunca, se sentarían del lado de los que mandan.

Hoy, esos mismos ex-socialistas de Morena se recuestan en poltronas tapizadas en cuero vegano importado, beben latte con leche de macadamia mientras hojean Le Monde Diplomatique —aunque no entiendan ni papa, pero combina con el outfit— y reservan en restaurantes de alta cocina donde el escargot no se mastica, se presume. Y pensar que no hace mucho eran expertos en tacos de suadero con coca en bolsa, amarrada con liguita roja, y su respectivo popote. Pero ya se sabe, compadre: cuando el dinero empieza a fluir como champagne en cumbre diplomática, los principios se derriten más rápido que el foie gras en boca fina.

Ahí es cuando ocurre el milagro político: el viejo lema de “primero el pueblo” se convierte en “primero yo, luego mi comitiva… y si queda algo, que se reparta en viáticos”. El discurso se pule, se perfuma, y se sirve en copa. Ahora hablan de “prosperidad con rostro humano” mientras piden la cuenta en francés.

La escena es tan caricaturesca que dan ganas de enmarcarla: donde antes había gritos y tambora, hoy hay boletines con membrete y filtros de Instagram. Donde antes tronaban el puño contra el sistema, ahora lo extienden para tomarse selfies con el sistema. Y lo más tremendo es que ya ni se sonrojan. Aprendieron a doblar las pancartas como se dobla una servilleta fina: sin arrugas, sin culpa, sin memoria.

No es evolución ideológica: es cinismo con cargo público. Esos que dormían en casas del estudiante, hoy roncan sabroso en hoteles boutique. Y cuando se les recuerda su pasado, ensayan el tono institucional que huele a discurso recalentado: “Lo importante es mirar hacia adelante”. Hacia atrás, ni de broma. No vaya a salir la foto donde usaban huaraches y traían el dedo manchado de tinta… pero de consignas.

Hoy repiten la palabra “bienestar” como si fuera conjuro. Pero no hablan de cómo se construye, sino de cómo se factura. El pueblo, ese mismo que antes les aplaudía entre marchas y cacerolas, ahora los ve de lejitos, preguntándose en qué momento les cambiaron el acento… y el menú.

¿Será que el poder les dio amnesia selectiva o simplemente se les olvidó dónde dejaron la pancarta de la austeridad?

Columna elaborado por:

La sombra desde la banqueta

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