El arte de barrer sin hacer polvo y reciclar la vieja politica en nueva.

“Aquí no lavamos pecados, limpiamos estructuras.”

 

A Luisa María Alcalde le tocó el trabajo más sucio del movimiento más limpio.
Dirigir a Morena después de López Obrador no es liderar un partido: es mantener a raya una jauría de egos disfrazados de ideales.
Y aunque muchos la subestiman por su tono sereno y rostro amable, lo cierto es que la joven dirigente tiene más temple que varios de los “históricos” juntos.

El caso de Chema Tapia no fue un escándalo, fue un examen.
Un exfuncionario priista con expediente oscuro, ruido mediático y pasado incómodo: justo la carnada que los medios estaban esperando para morder.
Pero Luisa no mordió el anzuelo.
No negó, no se justificó, no pataleó.
Solo soltó una frase quirúrgica:

“No está en el padrón, no representa al movimiento.”

Fría, precisa, letal.
Sin gritos ni pleito, desarmó una tormenta con una servilleta.
Una forma elegante de decir: “Aquí no lavamos pecados, limpiamos estructuras.”

Y eso, en la política mexicana, es casi un milagro.
Porque aquí los partidos suelen ser casas de huéspedes del poder:
entran priistas arrepentidos, panistas reciclados y hasta uno que otro independiente con hambre de nómina.
Pero Luisa Alcalde parece apostar por otra ruta: depurar sin fracturar, renovar sin traicionar.
Y si le sale, esa fórmula puede definir la nueva era del morenismo.

Claro, hay quienes la tildan de tibia.
Dicen que no golpea, que no impone respeto, que todo lo resuelve con sonrisa de conferencia.
Pero lo que no entienden es que Luisa no pelea con machete, pelea con bisturí.
Y en política, el silencio bien puesto corta más que mil discursos de campaña.

El tema Tapia fue apenas la superficie.
Porque la pregunta no es si fue militante o no, sino quién lo dejó entrar al templete y por qué.
¿Fue error, infiltración o estrategia?
En el subsuelo del poder muchos sospechan que fue un globo de ensayo: una manera de medir hasta dónde puede reciclarse el viejo sistema sin romper el relato de la pureza.
Y cuando la presión subió, alguien tenía que salir a limpiar.
Ahí entró Luisa, escoba en mano, sin perder la sonrisa.

Lo cierto es que Morena sigue aprendiendo a convivir con sus fantasmas.
Cada vez que un ex del PRI o del PAN intenta colarse, el movimiento se prueba a sí mismo: ¿somos realmente distintos o solo más jóvenes?
Luisa lo sabe.
Por eso no dramatiza, limpia.
Porque detrás de cada deslinde hay intereses, facciones y egos que no soportan ver la alfombra barrida.

En el fondo, su estilo técnico y sin estridencias no es debilidad: es método.
La 4T ya tuvo su voz incendiaria; ahora necesita una administradora del fuego.
Y ahí está Alcalde, caminando entre brasas con zapatos limpios.

La sombra desde la banqueta

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