El dulce edicto que endulza el humo de los autos chocolate

El Gran Edicto del Carruaje Achocolatado

En un acto de desbordante generosidad gubernamental, cuasi divina, el Diario Oficial de la Federación ha vomitado un decreto que extiende la vida legal de esas relucientes carrocerías septuagenarias, conocidas cariñosamente como “autos chocolate“. La noticia ha sido recibida con alborozo por los pulmones nacionales, ansiosos por una dosis extra de particulado fino, y por las familias que ven en un artefacto con la expectativa de vida de una mosca el acceso a un “transporte digno“.

La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, junto a sus lugartenientes, ha firmado este monumento a la contradicción, asegurando que es “urgente y necesario” para dotar de “seguridad jurídica” a los traficantes de chatarra motorizada. Así, el Estado no solo se preocupa por el bienestar del pueblo, sino que garantiza que el camino hacia él esté pavimentado con neumáticos lisos y emisiones de la era del carbón.

El Místico Origen en el Reino del T-MEC

¿Y cómo se asegura esta maravilla regulatoria? A través de la magia burocrática de la “certificación de origen“. El importador debe presentar “información fehaciente“, un conjuro documental que transforma un vehículo que fue abandonado en un desguace de Arizona en un producto “originario” y merecedor de beneficio arancelario. Es un acto de fe, donde el papel lo aguanta todo, incluyendo la incredulidad de los ingenieros que diseñaron el Tratado.

Mientras tanto, la retórica oficial proclama su inquebrantable compromiso con la “protección al medioambiente“, en una pirueta dialéctica que haría sonrojar a un sofista griego. Reducir las “brechas de desigualdad” significa, en este nuevo léxico orwelliano, que el pobre tendrá derecho a un coche, aunque este convierta el aire de su barrio en una sopa espesa y le cueste más en reparaciones que lo ahorrado en la compra. Una solución tan elegante como practical: combatir la pobreza material empobreciendo la calidad del aire. ¡He ahí el genio de la política moderna!

En definitiva, el decreto es un faro de coherencia en un océano de absurdos. Nos consuela saber que nuestro gobierno vela por nosotros, asegurándose de que, mientras el planeta se asfixia, nosotros podamos hacerlo dentro de un “auto chocolate” con permiso vigente hasta 2026. Un triunfo más para la lógica, la salud pública y el puro surrealismo institucional.

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