El gran circo mundialista y su seguridad de fantasía

El gran circo mundialista y su seguridad de fantasía

En un alarde de creatividad burocrática sin precedentes, el régimen en turno ha decretado que el país se vestirá con un traje de seguridad “unificado, homologado y con perspectiva de género” para la gran fiesta del balompié global. Una proclama tan grandiosa que, por un instante, hace olvidar al ciudadano común que su barrio carece de alumbrado público y que las calles se convierten en ríos con cada lluvia moderada.

El manual de lo imposible

La gran sacerdotisa del ceremonial, Gabriela Cuevas Barrón, profetizó desde el púlpito matutino de la mandataria una estrategia consolidada desde hace un trienio. Tres años de minuciosa planificación para un esquema de protección civil que, según los augurios, será capaz de detectar una botella voladora a cincuenta metros, pero es impotente ante la red de extorsiones que asfixia a los comercios locales. Las Fuerzas Armadas, eternas protagonistas de tareas para las que nunca fueron concebidas, custodiarán corredores logísticos con la misma eficacia con la que han erradicado el crimen organizado.

La metafísica de la seguridad con perspectiva

En un giro lingüístico digno de la Academia de la Lengua, se nos revela que la perspectiva de género será aplicada a la seguridad. Los asaltantes, se supone, preguntarán la identidad de género de sus víctimas antes de despojarlas de sus pertenencias. Mientras, la protección integral para la infancia garantizará que los menores sean explotados por las franquicias oficiales con camisetas de edición limitada a precios que requieren hipoteca.

El milagro de la infraestructura instantánea

Como por arte de magia burocrática, el Tren de Buenavista al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, ese eterno prometido, materializará sus vagones justo a tiempo para el espectáculo global. Las carreteras, otrora paisajes lunares, se alisarán como seda para el paso de las delegaciones extranjeras. Es el mismo prodigio que no logra arreglar el bache frente a la escuela primaria desde hace cinco administraciones.

Los estadios, templos del consumismo moderno, han recibido inversiones monumentales para cumplir con los estándares de la FIFA, esa organización sin ánimo de lucro dedicada a promover valores como la transparencia y la equidad, según sus abultados informes financieros. La conectividad, esa palabra mágica, florecerá en los alrededores de los coliseos deportivos, mientras en las colonias populares el internet es un recuerdo de mejores tiempos.

El legado etéreo

El discurso oficial insiste en la construcción de un legado permanente, ese concepto abstracto que los gobiernos esgrimen para justificar gastos siderales en eventos efímeros. Los niños y niñas, se nos promete, alcanzarán sus sueños en el deporte profesional gracias a los trece partidos de exhibición, aunque sus canchas locales sigan sin balones y sus entrenadores emigren por falta de apoyos.

Con 196 días en la cuenta regresiva, el aparato gubernamental se afana en pulir la fachada para el gran circo mundialista. Mientras, en la trastienda de la nación, la obra de teatro continúa con los mismos actores de siempre, cambiando apenas el guion para la ocasión. La celebración, nos aseguran, se traducirá en bienestar para la gente. Al menos, para esa gente que puede pagar las entradas.

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