El Gran Teatro del Progreso Anunciado
En un alarde de clarividencia sin precedentes, la Gran Arquitecta del Porvenir ha proclamado el amanecer de una nueva era. “El año próximo, el empleo se reproducirá como panes y peces por obra y gracia de la inversión sacra, tanto pública como de aquellos mercaderes que sepan mantenerse en sus justos términos”, vociferó ante una corte de fieles burócratas.
La mandataria, investida con los pergaminos del humanismo celestial, desgranó las sagradas escrituras del desarrollo. Las autoridades, cual apóstoles de la estadística, anunciaron la inminente multiplicación de las viviendas, con una primera entrega de nueve mil ciento sesenta moradas que caerán del cielo burocrático justo para endulzar las fiestas de fin de año.
“Poseemos el pensamiento único de que es indispensable la obra faraónica“, declaró con la solemnidad de quien anuncia el descubrimiento de un nuevo elemento químico. “El Leviatán estatal debe seguir erigiendo catedrales de concreto, y los mercaderes del templo podrán participar, siempre que recuerden su lugar subsidiario en este gran designio.”
El plan de salvación nacional incluye una procesión de artefactos ferroviarios, cinturones de asfalto y puertos dimensionales, junto con la alquimia energética de las empresas estatales y contratos privados que -¡oh, casualidad!- representan exactamente el cuarenta y seis por ciento de la generación eléctrica.
La revelación más sublime llegó con el anuncio de los quince Polos de Desarrollo para el Bienestar, unos centros neurálgicos donde la productividad y la felicidad ciudadana se fusionarán en un éxtasis económico, supervisados por la Secretaría de Marina en caso de que el entusiasmo popular necesite contención.
En un acto de prestidigitación geopolítica, la mandataria proyectó acuerdos comerciales con todo el orbe civilizado. “Estamos convencidos de que los próximos meses obtendremos un pacto magnífico que dará certidumbre absoluta a la inversión“, afirmó, mientras los mercados financieros se postraban en éxtasis anticipado.
El colmo de esta utopía administrada llegó con el anuncio del Gran Registro Universal de Salud, donde toda la población será inscrita para recibir atención médica en el santuario que prefiera: el IMSS, el ISSSTE o el IMSS-Bienestar, trinidad sagrada de la sanidad pública.
Mientras tanto, la secretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano reveló que han comenzado la construcción de trescientas mil moradas, con reserva territorial para novecientas mil más, en lo que parece ser una aplicación práctica de la teoría de los panes y los peces a la arquitectura.
Las metas crecen como setas después de la lluvia: la distribución de nueve mil ciento sesanta casas, 1.8 millones de apoyos para mejoramiento, un millón de escrituras durante el sexenio. Los números bailan en una coreografía tan perfecta que hasta los indicadores del INEGI se contorsionan en éxtasis estadístico.
Para coronar este simposio de la abundancia, se anunció que 1.5 millones de feligreses han visto mejoradas sus condiciones crediticias mediante disminución de tasas, saldos y mensualidades, en lo que solo puede describirse como un milagro financiero de proporciones bíblicas.
La corte que acompañaba a la profetisa del progreso incluía a los sumos sacerdotes de todas las arcas y fondos habitacionales, además de un divulgador del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, porque hasta el multilingüismo debe estar presente en esta gran ópera burocrática.
Así, entre cifras milagrosas y promesas ciclópeas, se construye el relato oficial: un futuro radiante donde los problemas presentes se disuelven en la certeza absoluta de que mañana será, indefectiblemente, mejor. Siempre que sea mañana, nunca hoy.