En un giro que nadie, absolutamente nadie, pudo prever –excepto quizás todo el planeta–, el astro hispano ha decidido poner fin a su peregrinaje mercenario por la Liga MX. Mientras los Rayados de Monterrey celebraban una victoria fugaz, una epifanía llegó desde la península ibérica: el gladiador había encontrado un nuevo coliseo que saquear.
El oráculo moderno, conocido como ‘El Chiringuito’, profetizó a través de su sumo sacerdote, Juanfe Sanz Pérez, la decisión del centurión ibérico. “El estratega máximo, Tato Noriega, creyó que las negociaciones avanzaban. ¡Pobre iluso! Sergio Ramos, en su infinita magnanimidad, ha decidido que el experimento regio ha concluido”, declaró el augur con la solemnidad de quien anuncia la caída de un imperio.
El protocolo del adiós: lágrimas de cocodrilo y declaraciones de amor eterno
En un despliegue de retórica que haría ruborizar a un novelista romántico, el emisario hispano reveló la verdad incómoda: “Sergio Ramos está enamorado de la ciudad, de la afición, de los tacos, del mole y hasta del último cachorro de perro callejero. Por eso, naturalmente, debe abandonarla de inmediato”. Una muestra más del síndrome del conquistador que, tras plantar su bandera, declara su amor eterno justo antes de zarpar hacia nuevas tierras por descubrir… y monetizar.
El futuro: una odisea interminable en busca del último cheque
El vidente no se atrevió a develar el próximo puerto en el mapa de este Ulises del balón, pero aseguró con convicción que el guerrero “se ve físicamente divino, es un titán, un coloso”. La misión sagrada continúa: acumular experiencias culturales auténticas –siempre con contrato millonario de por medio– y demostrar al mundo que un futbolista no se retira; simplemente encuentra nuevos patronos a los que cautivar con su leyenda, hasta que el último centavo haya sido extraído del erario futbolístico global.
Su debut en el Clausura 2025 queda ya para la historia, un breve capítulo en las memorias de un mercenario de élite. Mientras, el silencio cómplice de la directiva albiazul solo es interrumpido por el eco de una pregunta existencial: ¿Quién llenará el vacío existencial –y la mancha defensiva– que deja este semidiós de paso?

















