“Del pueblo pobre… a los hoteles cinco estrellas.
El Modus OperAndy no se inventó: solo bajó de nivel y ahora también cobra en tu municipio.”
Hay familias que heredan haciendas, otras que heredan ideales, y luego está la dinastía de la Cuarta Transformación, esa que hereda discursos y contratos con el mismo apellido bordado en la servilleta del poder. Desde la banqueta, la historia suena a cuento breve con aroma a cacao tabasqueño y final en un hotel japonés. El protagonista: Andrés Manuel “Andy” López Beltrán, el hijo que no necesita cargo porque su firma no aparece en las licitaciones, pero su sombra sí en las adjudicaciones.
Dicen que el poder ya no usa corbata; ahora se disfraza de razón social. En el tablero aparecen nombres tan finos como sospechosos: Organismo Promotor Logístico, VEA Arquitectos, Desarrollos Regua, ORB Desarrolladora. Empresas que orbitan entre Dos Bocas, Sedatu, Conagua y el Malecón de Villahermosa, donde los contratos florecen como lirios en el pantano del presupuesto público. Las cifras van y vienen: cincuenta y seis, ciento setenta, mil millones… números que se repiten con el ritmo exacto de un compadre agradecido. No hay prueba judicial, dicen, solo coincidencias políticas. Pero cuando el humo siempre sale del mismo cuarto, algo se está quemando.
El método es viejo, pero el marketing es nuevo. Se convoca una licitación “abierta”, se redactan requisitos que solo cumple un amigo, se declara ganadora la propuesta “más conveniente” y se adorna el resultado con discurso de transparencia. Cuando alguien pregunta por qué siempre ganan los mismos, la respuesta es tan moderna como cínica: “porque el pueblo lo pidió”. En la Cuarta Transformación, la honestidad se volvió una franquicia con sucursal en cada dependencia.
Mientras el pueblo estira el sueldo, Andy estira las piernas en el Hotel The Okura Tokyo. Suite ejecutiva, vista al Monte Fuji y desayuno continental con cucharas de plata. No es gira diplomática ni viaje cultural, es “descanso privado”, pagado de su propia bolsa, según él. Una bolsa que parece fondo revolvente: nunca se vacía y siempre tiene crédito. En ese reflejo de vidrio y sushi, la austeridad franciscana luce más como turismo de élite con discurso de izquierda.
Luego vino el amparo fantasma. Una filtración, un rumor, un documento que lo vinculaba con la trama del huachicol. Y antes de que la tinta se secara, ya estaba todo negado: los hijos, el partido, el abogado, hasta la sombra. Demasiado rápido para ser casualidad, demasiado coordinado para ser inocencia. En el México de los espejos, los papeles se firman antes de existir y se desmienten antes de ser leídos. Aquí el verdadero truco del poder no es mentir: es responder antes de que pregunten.
Andy dice que no quiere que lo llamen “Andy” porque suena frívolo. Pero el apodo no es un insulto, es un espejo. En él se refleja un país donde la pobreza sigue siendo discurso, el lujo se normaliza y la impunidad se hereda como apellido. Andy no gobierna, pero administra el silencio. No firma contratos, pero sus amigos los ganan. No aparece en las fotos, pero siempre sale bien parado. Es el operador discreto de un sistema que ya aprendió a lucrar sin exponerse.
El Modus OperAndy no necesita comprobantes fiscales, solo un apellido blindado y una narrativa de pureza revolucionaria. No hace falta un despacho ni una oficina: basta con estar en la conversación correcta, a la hora exacta, con el apellido adecuado. Y mientras el pueblo sigue creyendo que el poder cambió de manos, el hijo del poder ya cambió de divisa.
¿Y si la Cuarta Transformación solo fue la franquicia más rentable del siglo? Porque del discurso de la austeridad al turismo de élite con sello presidencial, solo hay un boleto de avión en clase ejecutiva.
“Del pueblo pobre… a los hoteles cinco estrellas.”
Y si el nepotismo opera sin pudor en las grandes cúpulas del país…
¿cómo se disfraza aquí, en nuestro propio municipio?
¿Quién mueve los hilos, quién reparte los favores, quién cobra sin aparecer?
Tal vez el verdadero Modus OperAndy no vive en la capital… sino en la esquina de tu calle.
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La sombra desde la banqueta