México descubre la piedra filosofal de la tributación
En un acto de audacia cosmológica que haría palidecer a los alquimistas medievales, el glorioso reino de México ha desvelado ante los embajadores de la Vieja Europa su más reciente hallazgo: la certidumbre fiscal absoluta, un concepto tan revolucionario que desafía las leyes de la termodinámica económica.
Embajadores europeos contemplan extasiados el milagro de la burocracia que se autosimplifica.
Durante un aquelarre ceremonial convocado por la Sacrosanta Secretaría de Economía, los sumos sacerdotes del Servicio de Administración Tributaria (SAT) presentaron su trinidad sagrada para la atracción de inversiones: certidumbre celestial, trámites que se evaporan por sí solos y equidad tributaria universal, tres conceptos tan tangibles como el humo y tan consistentes como un espejismo.
Los mandamientos de la nueva fe recaudatoria
Los iluminados funcionarios, con la solemnidad de oráculos délficos, proclamaron que la transparencia y la honestidad han dejado de ser virtudes abstractas para convertirse en realidades palpables, como demuestra el milagro cotidiano de que un contribuyente complete una declaración sin invocar a todas las deidades prehispánicas.
El Gran Inquisidor Fiscal Ricardo Carrasco Varona, en un discurso que mezclaba la lógica de Alicia en el País de las Maravillas con el realismo mágico de García Márquez, desgranó los tres pilares del Plan México, ese edén regulatorio donde los impuestos se pagan con sonrisas y las auditorías son experiencias catárticas:
Primero, la certidumbre jurídica, ese estado de gracia donde las leyes fiscales dejan de cambiar más que el humor de un funcionario con resaca. Segundo, la simplificación de trámites, ese proceso alquímico mediante el cual un requisito de veinte páginas se transforma mágicamente en uno de diecinueve. Y tercero, el piso parejo, esa superficie mitológica donde la microempresa y el conglomerado multinacional comparten alegremente la misma carga tributaria, como en esas fábulas socialistas donde el ratón y el elefante pagan proporcionalmente lo mismo por el queso.
Hacia una utopía recaudatoria
El tercer pilar, explicó el oráculo con la convicción de quien anuncia que el agua moja, garantiza que todos paguen sus contribuciones sin distinciones, creando un paraíso terrenal donde el comerciante informal y la corporación trasnacional comparten la misma alegría contributiva, unidos en fraternal abrazo ante la ventanilla de Hacienda.
Con estas revelaciones proféticas, el SAT ha inaugurado una nueva era para el sistema tributario nacional, una edad dorada donde la honestidad brilla con intensidad cegadora y la transparencia permite ver claramente… bueno, permite ver claramente. Los embajadores europeos, se rumora, abandonaron el recinto entre lágrimas de emoción, preguntándose cómo no se les había ocurrido antes semejante solución a todos los problemas fiscales de la humanidad.













