Entre mito, pólvora y bandera: los Niños Héroes

En Chapultepec hubo pólvora, pero en Palacio se escribió el guion.”

En la azotea de la historia mexicana flamea una escena que todos recitamos de memoria: seis cadetes, un castillo, la bandera ondeando y un salto heroico hacia la eternidad. Pero cuando uno se asoma desde la banqueta, el retrato no es tan limpio: hay pólvora real, adolescentes de carne y hueso, familias rotas y un mito que se infló como globo de kermés.

El 13 de septiembre de 1847, Chapultepec dejó de ser paseo para convertirse en trinchera. Los gringos avanzaban con cañones y disciplina, mientras en el Colegio Militar apenas había jóvenes que estrenaban uniforme más que experiencia. El general Nicolás Bravo ordenó la retirada, pero algunos cadetes decidieron quedarse. “Si nos toca, nos toca”, pensaron, y la historia les cobró caro.

Ahí estaban Agustín Melgar, Francisco Márquez —apenas 14 años—, Juan Escutia, Montes de Oca, De la Barrera y Vicente Suárez. Muchachos enviados por sus familias a formarse en disciplina, no a morir envueltos en humo. Padres que nunca imaginaron que sus apellidos se grabarían en mármol a cambio de sangre precoz. Y no, no todos eran “niños”: algunos ya rozaban los veinte, lo que hace que el nombre de “Niños Héroes” sea más una marca nacionalista que un dato preciso.

El mito más rentable fue el de Escutia envolviéndose en la bandera y lanzándose al vacío. La postal se repitió en cada libro de primaria, aunque no exista prueba contemporánea que lo confirme. El relato apareció después, en tiempos de Porfirio Díaz, cuando México necesitaba héroes como pan caliente para curar derrotas y levantar el ánimo colectivo. La bandera cayó, sí, pero el mito levantó más que cualquier asta: sirvió para unir a un país fracturado.

En 1947 se exhumaron seis cuerpos para colocarlos en el Altar a la Patria. ¿Eran ellos realmente? Nadie lo sabe con certeza científica. Aún hoy, algunos historiadores dudan si Juan Escutia siquiera estaba inscrito como cadete. Pero entre tumbas, homenajes y discursos oficiales, la verdad quedó cubierta bajo capas de retórica. El mito resultó más útil que la partida de nacimiento.

Al final, los Niños Héroes fueron jóvenes que pelearon en desventaja brutal y murieron defendiendo lo poco que podían. Eso ya los hace grandes, sin necesidad de adornos ni saltos teatrales. Pero México eligió convertirlos en estampita porque a este país le gusta reír de sus desgracias y llorar con héroes que quizá nunca saltaron, pero que hasta hoy cargan la bandera de la memoria.

 Columna elaborada por:
La Sombra desde la Banqueta

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