La burocracia celebra su eficiencia tras una muerte en el muro

El Progreso, ese muro infranqueable

En un alarde de precisión geopolítica y compasión institucional, las sublimes autoridades de la Subsecretaría de Migración y Población de un estado históricamente empeñado en exportar su fuerza vital, confirmaron un pequeño incidente logístico. Una ciudadana, originaria de un pintoresco rincón de la Costa oaxaqueña donde el rezago es tan nativo como el maíz, ha experimentado una desafortunada interrupción en su proyecto de movilidad internacional. Su intento de escalar el monumental símbolo de la fraternidad continental que separa Tijuana de San Diego concluyó, según los partes oficiales, en una “caída”.

“En este momento”, declara el comunicado con la solemnidad de un epitafio notarial, “se iniciará la integración de la documentación necesaria”. ¡He aquí el consuelo supremo de la era moderna! Mientras el cuerpo yace en la morgue, la maquinaria estatal se pone en marcha no para prevenir, sino para protocolizar el desenlace. Se activan los “enlaces directos”, se promete “comunicación constante” y un “acompañamiento durante todo el proceso”. Un proceso que, por supuesto, culminará cuando el féretro sea depositado en la misma tierra empobrecida que la expulsó, cerrando así el perfecto círculo de la desesperación.

La estadística, ese consuelo de tiranos

¿Qué ocurrió? La cruda aritmética de la desesperación. Un grupo de mujeres, cuyo crimen fue nacer en Aguadulce —nombre cruelmente irónico—, pretendieron desafiar la física y la geopolítica. El muro, esa obra faraónica dedicada al dios de la Seguridad, demostró su eficacia. Las heridas de las sobrevivientes se reportan como “estables“, un término médico que aquí se traduce como “aptas para la próxima decepción”.

Las autoridades, en un arrebato de celo estadístico, no se conforman con narrar el hecho. Nos ilustran con datos del Inegi: la víctima pertenecía a una comunidad donde el 97.20% es indígena y el 23.20% de los adultos son analfabetos, siendo las mujeres las campeonas en este récord de abandono. Es la crónica de una muerte anunciada por décadas de indiferencia, un perfil sociodemográfico que predice con más certeza que un horóscopo la probabilidad de terminar en una losa fría o colgado de un paredón de acero.

El acompañamiento final

La respuesta del poder es un monumento a la pasividad diligente. “Se realizaron los contactos correspondientes para su canalización”, proclaman. Todo está en orden: los formularios, los sellos, la “coordinación con las instancias correspondientes”. El sistema funciona a la perfección… para gestionar sus propios fracasos. La burocracia brilla en su momento cumbre: la repatriación de cadáveres. Mientras, la verdadera política —aquella que podría evitar que una persona prefiera arriesgar su vida trepando una muralla antes que quedarse en su hogar— sigue en pausa, quizá esperando la integración de otra documentación necesaria.

Así, en el gran teatro del absurdo, el muro fronterizo no es solo una barrera física, sino el altar donde se sacrifica la dignidad humana en nombre de la soberanía, mientras los escribas de turno redactan, con impecable ortografía, el parte que convertirá una tragedia evitable en un simple trámite administrativo exitoso.

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