Mientras las autoridades de Tampico ejecutaban la evacuación preventiva de familias en la colonia Guadalupe Victoria debido al incremento sostenido del nivel del río Pánuco, José Gil tomó una decisión que refleja la compleja realidad que enfrentan muchos habitantes de zonas ribereñas. Frente a la crecida de las aguas que casi rozaba el acceso a su vivienda de madera, este pescador prefirió permanecer en su hogar, priorizando la protección de dos elementos fundamentales para su existencia: su lancha, herramienta indispensable para su sustento económico, y sus tres perros, el Guapo, la Pitufina y el Güero, que constituyen su compañía más cercana.
La evacuación, desarrollada como medida de precaución ante el ascenso del caudal, fue aceptada por su pareja y un menor, quienes se trasladaron al albergue municipal con pertenencias esenciales. En total, cuatro vecinos de la zona accedieron a desplazarse temporalmente, mientras José optó por mantenerse en su vivienda, demostrando una postura que combina la evaluación personal del riesgo con el arraigo a sus bienes más preciados. Los animales, por su parte, recibieron con notable tranquilidad la presencia de los elementos de Protección Civil que supervisaban la operación.
La experiencia histórica de José con el comportamiento del río fundamenta su decisión actual. Recuerda con precisión el último desbordamiento significativo del Pánuco, ocurrido hace más de dos décadas, cuando el agua alcanzó casi un metro de altura en el acceso a su propiedad. Desde entonces, no había presenciado un incremento similar en el nivel del cauce. “No creo que suba tanto”, afirma con la serenidad de quien ha desarrollado un conocimiento empírico del río a través de años de convivencia directa con su dinámica natural.
Su vigilancia es constante. Mantiene una atención meticulosa sobre el movimiento del agua y el cuidado de sus perros, considerados parte integral de su familia. Establece comunicación periódica con las autoridades y reconoce que, si el nivel supera las proyecciones oficiales, deberá abandonar el lugar y dirigirse al refugio establecido. Esta postura representa un equilibrio calculado entre la autoconfianza y la aceptación de los protocolos de seguridad.
La situación de José no constituye un caso aislado. Otros residentes, como el señor Tomás, también manifiestan escepticismo frente a las advertencias oficiales. Camina entre el lodo acumulado junto a las costaleras dispuestas en la ribera, observando directamente el comportamiento del río mientras cuestiona la magnitud real de la amenaza. “Solo nos están espantando”, comenta, reflejando una percepción común entre quienes han desarrollado su vida junto al cauce y confían en su propio criterio basado en la experiencia acumulada.
El contexto general revela la dimensión del desafío. Más de 32 mil personas residentes en Tampico se encuentran catalogadas en alto riesgo, distribuidas principalmente en siete colonias: Tamaulipas, Guadalupe Victoria, El Golfo, Vicente Guerrero y sectores del centro de la ciudad. Estas comunidades, algunas conocidas coloquialmente como “ciudad perdida”, se ubican en la zona inmediata al Puente Tampico, donde la escala hidrométrica registraba 7.66 metros a las ocho de la mañana del viernes, situándose a apenas 36 centímetros del nivel considerado crítico según los parámetros oficiales.
Esta resistencia a evacuar, aunque comprensible desde la perspectiva del arraigo y la protección patrimonial, presenta desafíos significativos para los protocolos de protección civil. Las autoridades enfatizan la importancia de la colaboración ciudadana durante estos eventos, subrayando que la prioridad absoluta debe ser la integridad física de las personas, incluso cuando esto implique dejar temporalmente bienes materiales y espacios familiares. La gestión efectiva de estos escenarios requiere combinar el respeto por las decisiones individuales con la comunicación clara sobre los riesgos objetivos, buscando siempre prevenir situaciones que puedan derivar en emergencias mayores.