La devastación que dejaron las aguas en Veracruz

La Cuesta Abajo del Agua y el Alma

Cuando las aguas de los ríos Cazones y Pantepec comenzaron a bajar, lo que quedó al descubierto no fueron solo las ruinas materiales, sino el mapa de una herida colectiva. He sido testigo de cómo el terror inicial, ese pánico que congela la sangre, da paso a una zozobra más profunda y silenciosa cuando se mira de frente la devastación. Es un proceso que conocí de primera mano en el 99, y verlo repetirse ahora, con una nueva generación, es un recordatorio amargo de nuestra vulnerabilidad.

Por supuesto, abundan las imágenes de los servidores públicos en las zonas desbastadas.

Las cifras oficiales hablan de 55 municipios afectados y más de 16 mil viviendas dañadas, pero quien ha vivido una calamidad así sabe que los números nunca capturan la dimensión real del quebranto. El verdadero drama se vive en los detalles: en el lodo que se incrusta en cada recuerdo, en el olor a humedad que lo impregna todo, en el silencio pesado que deja a su paso la fuerza de la naturaleza.

Una lección que me quedó grabada a fuego es que la ayuda institucional tarda, a veces demasiado. La fuerza inmediata, la que realmente salva vidas en las primeras horas, nace de la solidaridad vecinal. Recuerdo, como si fuera ayer, a comunidades enteras organizándose con cuerdas y lanchas, arriesgando el pellejo para rescatar a sus conciudadanos cuando los accesos estaban cortados. Esa resiliencia es el verdadero patrimonio de nuestro pueblo.

“Yo pasé por algo similar, salí huyendo en la madrugada en octubre del 99. Las peñas cayeron sobre mi casa. Tapó la casa el lodo y el agua y el río. Perdí todas mis pertenencias… Con lo que llevábamos puesto nos quedamos. La ayuda no llegó, juntamos fuerzas y nos apoyamos en mi pueblo”, recuerda la reconocida cocinera autóctona de Papantla, Marta Soledad Gómez Atzin.

El testimonio de doña Marta resume una verdad cruda: la capacidad de recuperación está en el tejido social. Sin embargo, con los años he aprendido que esta fortaleza no debe ser una excusa para la inacción de las autoridades. La preparación y la prevención son la clave. Sabemos que estos fenómenos son recurrentes, y aun así, la sorpresa nos golpea cada vez.

Ahora, mientras el foco está en las zonas urbanas, yo miro con preocupación hacia el campo. Los cultivos de cítricos y plátanos, el sustento de cientos de familias, yacen bajo el agua. El golpe económico será prolongado, una segunda ola de adversidad que llegará cuando los reflectores se apaguen. La reconstrucción no es solo de bricks and mortar, es también del alma de una comunidad y de su economía. La experiencia me dicta que el camino por delante es largo, pero la memoria de la superación pasada es el faro que nos guiará.

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