En un despliegue de eficacia quirúrgica, la maquinaria helvética demostró al mundo el arte de desinflar un sueño con la precisión de un relojero. Mientras tanto, la noble Selección Mexicana Sub-17, en un arrebato de efímero entusiasmo, creyó por un instante que podía desafiar las leyes de la gravedad futbolística.
El momento cumbre de esta tragicomedia llegó en el minuto 57, cuando el balón, por una inexplicable anomalía en el espacio-tiempo, encontró la frente de un héroe accidental, Aldo de Nigris. El efímero gol fue celebrado como si se hubiera descubierto una nueva ley de la física, una que permitiera a los equipos anotar sin consecuencias inmediatas.
Pero el universo, en su infinita sabiduría, restauró el orden natural de las cosas apenas sesenta segundos después. Mladen Mijajilovic, quien ya había iniciado la ceremonia del desengaño en el minuto 17, apareció como el verdugo designado para recordar a todos los presentes una verdad incómoda: en el gran teatro del fútbol internacional, algunos están destinados a ser el chiste de la función.
Así, entre suspiros y promesas rotas, el Tricolor emprendió su regreso a la realidad, dejando atrás no solo un marcador de 3-1, sino la certeza de que en el deporte rey, a veces la esperanza es el peor enemigo de la dignidad.


















