El Eco de un Fracaso Anunciado
En un giro que ha sorprendido a exactamente cero seres pensantes del planeta, la divina Ángela Aguilar, emisaria de los sones vernáculos, se encuentra librando una épica batalla contra la más temible de las fuerzas naturales: la indiferencia del público. Su peregrinaje artístico, bautizado con el esperanzador nombre de “Corazón Libre”, parece haber encontrado la libertad absoluta de espectadores en los coliseos de Estados Unidos.
El altar vacío: una alegoría moderna de la oferta y la demanda.
Las crónicas locales relatan una escena dantesca a las puertas del majestuoso Pabellón de la Fábrica de Música Toyota. A pesar de desplegar la sagrada estrategia comercial del “dos por uno” (o en este caso, el “cuatro por casi nada”), acompañada del milagroso don de los pagos fraccionados, los codiciados boletos yacen, cual tristes hojas de otoño, esperando un comprador que nunca llega.
Pero el verdadero esperpento se consuma en la patria mexicana, donde los augures de la prensa especializada anuncian con estruendo la gran liquidación del talento. En los modernos anfiteatros, capaces de albergar a dos millares de almas, se ha establecido el precio de la experiencia cultural: la módica suma de cinco dólares, el equivalente a una centésima parte de un billete nacional. Una oferta tan magnánima que roza lo caritativo, un trueque donde por el valor de un platillo callejero, uno puede acceder a la presencia de la estirpe Aguilar. Y sin embargo, el pueblo, ese ente voluble e ingobernable, ha preferido guardar su monedero.
He aquí la fábula perfecta para nuestro tiempo: en el gran bazar del entretenimiento, donde la fama heredada se cotiza en bolsa, la implacable mano invisible del mercado acaba por dictar su veredicto final. Un recordatorio de que, por mucho que se intente embotellar el linaje y venderse como néctar de los dioses, al final es el consumidor, con su silencio ensordecedor, quien tiene la última palabra.














