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La promesa de Majo a su abuelo desde el podio

Entre lágrimas, la plata olímpica encuentra su significado más profundo en una promesa cumplida desde el cielo.

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La noticia me llegó en el peor momento posible, justo en medio de la concentración. Recuerdo la frialdad del teléfono contra mi oreja y cómo el mundo se desdibujó por un instante. Mi abuelo, José Luis, mi mayor fan, mi roca, había partido. En nuestro oficio, el de los atletas de alto rendimiento, aprendes a convivir con el dolor, pero ese abril, el dolor tenía un sabor distinto, una profundidad que amenazaba con sumergirme.

La clavadista mexicana María José se encontraba en Estados Unidos cuando le avisaron que José Luis Sánchez, su abuelo, había fallecido.

Sin embargo, es en estos abismos donde uno encuentra la verdadera fuerza. No la fuerza del músculo, que ya está entrenada, sino la del espíritu. Me aferré a una promesa, una que le hice mirándolo a los ojos. Le juré que subiría a un podio y que esa medalla sería para él. Cada salto en los entrenamientos, cada madrugada, cada golpe del agua, dejó de ser un sacrificio para convertirse en un paso más hacia el cumplimiento de esa palabra empeñada.

La plata que conquistamos junto a Suri Cueva en la plataforma sincronizada de 10 metros tiene un peso distinto. No es solo un metal; es la materialización de un juramento, un puente entre este mundo y el siguiente. Sé, con una certeza que solo da la fe, que él estuvo ahí, en cada milímetro de mi salto, soplando para que la entrada al agua fuera limpia. Esta presea es para él, por su reciente cumpleaños, por su sonrisa eterna, por su amor incondicional.

El legado de mi abuelo va mucho más allá de una medalla. Él, con su ejemplo, me enseñó que la excelencia en cualquier disciplina, ya sea en la alberca o en la vida, se construye con dos pilares fundamentales: disfrutar el camino con una sonrisa genuina y trabajar con una ética inquebrantable. Él sonreía ante todo, transformando los obstáculos en anécdotas. Y trabajaba como si cada día fuera su obra maestra. Esa es la herencia que cargo ahora en mi corazón y que intento honrar en cada competencia.

Mirando hacia el futuro, la meta está clara: Los Ángeles 2028. No será un viaje solitario. Llevaré conmigo cada lección, cada risa compartida y la firme convicción de que desde algún lugar, mi abuelito me estará viendo, creyendo en mí como siempre lo hizo, convirtiendo el duelo en mi mayor motivación.

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