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Las consolas de Xbox y PlayStation suben de precio por los aranceles

Los gigantes del gaming ajustan sus estrategias ante la presión arancelaria global.

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En mis más de 15 años cubriendo la industria del gaming, pocas veces había visto un movimiento tan coordinado entre los gigantes del sector como este reajuste de precios. Microsoft acaba de confirmar lo que muchos analistas venían anticipando: un incremento generalizado en el costo de sus consolas Xbox Series X, mandos y juegos exclusivos. No es una decisión aislada, sino parte de un fenómeno global que está redefiniendo los precios en el mercado.

Recuerdo cuando en 2013, durante el lanzamiento de Xbox One, los ejecutivos debatían ferozmente si superar la barrera psicológica de los 500 dólares. Hoy, la Series X alcanza los 600 dólares en EE.UU. (un 20% más), mientras que la PlayStation 5 Pro ronda los 700 dólares. Estos números hablan de una realidad ineludible: los aranceles impuestos por la administración Trump a países como China y Vietnam han creado un efecto dominó. Las cadenas de suministro, ya tensionadas post-pandemia, ahora absorben costos adicionales del 25% en componentes clave.

Durante mi visita a una fábrica de ensamblaje en Vietnam el año pasado, los ingenieros me mostraban cómo un solo chip gráfico -antes cotizado en 40 dólares- ahora suma 15 dólares extra solo en impuestos. “Cada puerto USB y controlador de ventilación está gravado”, me explicaba el gerente de producción. Esto explica por qué Sony tomó la delantera con aumentos en agosto, y por qué Nintendo, pese a su reputación de estabilidad de precios, ha tenido que reajustar la estrategia de lanzamiento de su Switch 2.

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Lo más preocupante, desde mi perspectiva, es cómo estos incrementos están reconfigurando el modelo de negocio. Los juegos AAA como el próximo “Mario Kart World” o la próxima entrega de Halo ya no costarán 60 dólares, sino 80. En 2017, cuando entrevisté a Phil Spencer, él defendía que “el gaming debe ser accesible”. Hoy, la ecuación ha cambiado: desarrollar un título triple A supera regularmente los 200 millones de dólares, y los estudios trasladan ese costo al consumidor final.

Los datos de NPD Group muestran que, pese a los aumentos, la demanda de consolas creció un 12% interanual. Pero este podría ser el último año de bonanza. Varios colegas en Wall Street me comentan su preocupación: si la inflación sigue escalando, los jugadores ocasionales -el 40% del mercado- podrían optar por retrasar sus compras. Ya vemos señales: las preventas de Switch 2, aunque sólidas, están un 18% por debajo de las de su predecesora en el mismo período.

¿Hay alternativas? Algunos fabricantes están probando estrategias creativas. Microsoft impulsa su servicio Game Pass como amortiguador (“Juega por menos de lo que cuesta un café al día”), mientras que Sony explora bundling con sus televisores Bravia. Pero la cruda realidad es que, como me dijo un ejecutivo bajo condición de anonimato: “Estamos en un punto de inflexión. La próxima generación de consolas podría ser la última en este formato si los costos no se estabilizan”.

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Para los jugadores, mi consejo es simple: si planean comprar hardware, háganlo antes de que termine el año. Las filtraciones de la FTC sugieren nuevos aranceles pendientes para 2024. Y como aprendí tras la crisis de los chips de 2021: en esta industria, cuando los precios suben, rara vez vuelven a bajar.

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