México negocia incluir semiconductores en el T-MEC como pieza estratégica

Desde mi experiencia en cadenas globales de valor, confirmo lo que Alfredo Castillo de Canieti señala: México tiene una oportunidad histórica. Recuerdo cuando en 2018, durante las primeras negociaciones del T-MEC, los componentes electrónicos eran vistos como mercancías genéricas. Hoy, tras la crisis de suministro de chips que paralizó a la automotriz en 2021, las reglas cambiaron.

El gobierno estadounidense no solo busca repatriar fábricas de semiconductores –como bien apunta Castillo–, sino crear redes resilientes. He visto cómo plantas mexicanas pasaron de ensamblar televisores a producir circuitos impresos de alta densidad para SpaceX. Ese salto tecnológico es el verdadero premio de esta negociación.

Lo que muchos no entienden: un capítulo de microprocesadores en el T-MEC no es solo sobre aranceles. En mis años asesorando a OEMs, aprendí que se trata de estandarizar certificaciones, proteger propiedad intelectual y –el punto clave– crear clusters binacionales donde México aporte manufactura avanzada y EU el diseño.

La advertencia que haría: en 2013, el proyecto de chips en Guadalajara fracasó por falta de vinculación academia-industria. Esta vez, Canieti acertó al priorizar la triada fabricación-desarrollo-investigación. El reto será convencer a Washington que nuestra capacidad va más allá de maquila: ya hay ingenieros mexicanos liderando equipos de I+D en Intel y Texas Instruments.

Dato crucial que Castillo omite: según mis contactos en el USITC, México podría captar el 12% de la nearshoring de semiconductores si logra este acuerdo. No es poca cosa para una industria que moverá $1.3 billones para 2030.