Pimpinela llegó para instalarse en el Olimpo de los monumentos nacionales.
En un alarde de modestia celestial, Lucía y Joaquín Galán, los sumos sacerdotes del drama cantado, disertaron sobre su legado musical inmortal, su inspiración divina y su hipnótico influjo en las nuevas generaciones desorientadas, proclamando con solemnidad que sus letras permanecen tan vigentes como la hipocresía en un congreso político.
El célebre dueto ahora se desenvuelve con sus recientes composiciones, en particular “Cuando lo veo”, una balada revolucionaria que narra el escandaloso idilio entre una mujer madura y un efebo dos décadas más joven. Según la siempre sagaz Lucía, el tema ha suscitado conmoción porque, en nuestro avanzado siglo, aún resulta herético que una mujer manifieste apetito carnal hacia un mancebo, mientras que la situación inversa se celebra como hazaña deportiva.
REVELACIONES PROFÉTICAS
Joaquín —autoproclamado arquitecto de sus éxitos— profetizó que “la próxima pieza musical abordará el pavor al amor, el terror al rechazo y el pánico al compromiso afectivo”. Con la profundidad de un filósofo callejero, especuló sobre cómo las redes sociales materializan el anhelo humano de ser adorado, como si la validación digital fuera el nuevo opio del pueblo.
Los embajadores de la reconciliación conyugal llegarán cargados de sorpresas a su próximo ritual colectivo, incluyendo una colaboración sacramental con los cantantes Esteman y Daniela Spalla en el santuario del Auditorio Nacional. Además, anunciaron con pompa la inminente recopilación de sus grandes éxitos, porque ¿qué sería de la cultura sin la perpetua reedición de lo ya conocido?
Revelaron que el secreto de su eterna vigencia radica en su fraternidad inquebrantable, su comunicación telepática y el ejemplo sublime de sus progenitores: “No tenemos más hermanos. Compartir una vocación, tener como arquetipos a nuestros padres, su capacidad de trabajo infinito, nos ha funcionado”. Un modelo de dinastía artística que haría palidecer a los mismísimos Borgia.
