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Alcalde de Oaxaca pide paz y horas después lo asesinan

Un edil celebraba la paz horas antes de caer en una emboscada mortal.

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Foto: Agencia Reforma (última imagen de un funcionario que creyó en la bondad humana).

En un giro tragicómico que Jonathan Swift hubiera firmado, Mario Hernández García, alcalde de Santiago Amoltepec, Oaxaca, protagonizó su último acto de fe en la humanidad: horas después de implorar a sus conciudadanos que “bailen, no maten”, tres balas —y no precisamente de salva— le concedieron un baile permanente con la parca. El escenario: un paraje llamado El Tablero, donde el ajedrez de la violencia movió pieza antes de que el edil terminara su discurso sobre armonía.

“Ojalá todos convivan, disfruten… siempre hay cosas buenas”
—Últimas palabras públicas del alcalde, 4 horas antes de que la ‘bondad humana’ le disparara

La Fiscalía estatal, en un ejercicio de originalidad sin precedentes, desplegó su ritual posmortem: peritos que documentan lo obvio, ministerios públicos que prometen lo imposible y un gobernador morenista (Salomón Jara) que —¡oh sorpresa!— juró combatir la impunidad con la misma eficacia con que un colador retiene agua. “No habrá espacio para la impunidad”, declaró, omitiendo mencionar que en México ese espacio lleva décadas en remodelación.

Detalles grotescos: el crimen ocurrió cuando el edil regresaba de honrar a San Isidro, santo patrono de los agricultores. Ironía suprema: en Oaxaca, lo que mejor crece son las fosas clandestinas. Testigos relataron que los agresores actuaron con la precisión de quienes conocen demasiado bien dos cosas: la geografía local y la nula capacidad de respuesta estatal.

El fiscal José Bernardo Rodríguez admitió lo que todos saben pero nadie corrige: Amoltepec es “históricamente inestable”, eufemismo burocrático para decir que es un territorio donde el Estado solo aparece para recoger cadáveres. “Hemos hecho detenciones”, dijo el funcionario, conjugando el verbo hacer igual que su institución conjuga la justicia: mal.

Epílogo orwelliano: mientras el gobernador twitteaba condolencias, en algún otro paraje de Oaxaca, los sicarios brindaban con mezcal por su nuevo contrato: matar al próximo alcalde que crea que las fiestas patronales inmunizan contra la barbarie.

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