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Asesinato de subsecretario en Guerrero revela nexos con crimen

Tras un ataque en carretera, las conexiones del funcionario con el crimen organizado emergen como la pista central.

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La violencia en Guerrero cobró una nueva víctima de alto perfil: Hossein Nabor Guillén, subsecretario de Bienestar del gobierno estatal, fue asesinado a tiros en un atentado que ha sacudido los cimientos políticos de la región. El crimen, ejecutado en la carretera Chilpancingo-Tlapa, no fue un acto aleatorio, sino un mensaje brutal cuyos hilos conducen directamente a las entrañas del crimen organizado.

¿Qué sabían las autoridades sobre las amenazas contra el funcionario? ¿Por qué su vehículo fue interceptado con precisión letal en el municipio de Tixtla, a escasos 17 kilómetros de la capital? Las primeras versiones oficiales, escuetas y carentes de detalles, contrastan con la compleja red de lealtades y rivalidades que definen el panorama en la región Centro de Guerrero.

Nuestra investigación revela que Nabor Guillén no era un funcionario cualquiera. Su trayectoria política, que incluye la alcaldía de Tixtla entre 2015 y 2018, estaba profundamente entrelazada con figuras controvertidas. Su cercanía con el senador morenista Félix Salgado Macedonio es solo la punta del iceberg. La pista más alarmante surge de su última contienda electoral: en 2024, compitió por una diputación local contra Jorge Iván Ortega, sobrino de Celso Ortega, el reconocido líder de la organización criminal “Los Ardillos”.

Un documento gráfico, obtenido por este medio, se convierte en una pieza crucial del rompecabezas. La fotografía, difundida en mayo de 2024 durante su campaña, muestra a Nabor Guillén saludando y abrazando al propio Celso Ortega en el Salón Diamante de Chilpancingo. Este mismo restaurante fue escenario de otro encuentro notorio: el de la ex alcaldesa de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández Martínez, con el capo. ¿Era este vínculo un secreto a voces dentro de los círculos de poder?

La Fiscalía del Estado confirmó que indaga el homicidio, pero su silencio sobre líneas de investigación específicas es elocuente. La falta de datos sobre los ejecutores y la metodología del ataque plantea más interrogantes que respuestas. ¿Se investiga la hipótesis política? ¿O el ajuste de cuentas entre grupos delictivos?

La conclusión es ineludible: el asesinato de Nabor Guillén trasciende el hecho delictivo para convertirse en un síntoma de la narcopolítica que permea Guerrero. Su muerte no es un evento aislado, sino un capítulo más en la sangrienta lucha por el control territorial y político, donde las líneas entre el gobierno y el crimen organizado se desdibujan hasta volverse irreconocibles. La verdad no yace solo en quién apretó el gatillo, sino en el sistema que hizo inevitable este desenlace.

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