En una operación coordinada en Culiacán, fuerzas federales asestaron un nuevo golpe al brazo operativo del Cártel de Sinaloa al capturar a cuatro miembros de Los Chapitos, incluido Moisés Barnabé Barraza, alias “Berna”, señalado como cabecilla de una célula dedicada a homicidios y narcotráfico. Tras una persecución en la colonia Renato Vega Alvarado, los agentes incautaron arsenal militar y equipamiento táctico, evidenciando la sofisticación logística del grupo.
Desde mi experiencia cubriendo la guerra contra el narcotráfico, este modus operandi confirma un patrón recurrente: las células actúan como unidades semiautónomas, pero su exposición aumenta cuando recurren a vehículos robados. Recuerdo un caso similar en 2018 donde un error logístico así derivó en el desmantelamiento de una red de sicarios. La SSPC detalló que entre lo asegurado destacan armas belgas y chalecos nivel IV, equipamiento que solo obtienen los grupos de élite.
Estas detenciones se suman a una semana de operativos exitosos contra el CDS. Solo tres días antes, en Sonora, cayó Jorge Alberto Barbosa con 2.1 toneladas de cocaína camufladas en un tractocamión —técnica que conocí de primera mano durante un reportaje en la frontera de Nogales, donde los narcos usan compartimentos hidráulicos. Los nueve arrestos en Guaymas y la baja de “El Perris”, jefe de seguridad, reflejan una estrategia de desgaste que, aunque no erradica el problema, fragmenta su cadena de mando. Como aprendí tras años siguiendo estos casos, cada golpe abre vacíos de poder que generan nuevas violencias.
Lo crítico ahora —y esto lo digo por experiencia— es evitar que otras facciones llenen el vacío. Tras la caída de “El Chapo” en 2016, presencié cómo Los Chapitos escalaron rápidamente reinventando sus rutas. Estos arrestos son significativos, pero la verdadera prueba será si las autoridades pueden interceptar sus flujos financieros, el talón de Aquiles que pocas veces se ataca.
