Un niño de un año, identificado como Ángel, perdió la vida en la Clínica 25 del Instituto Mexicano del Seguro Social en Monterrey, Nuevo León, como consecuencia directa de la ingestión accidental de una batería de botón. El desenlace fatal se produjo tras una intervención quirúrgica de urgencia destinada a extraer el objeto, la cual no pudo revertir los severos daños internos que el componente ya había causado en el organismo del menor. El incidente se originó en el domicilio familiar ubicado en Reynosa, Tamaulipas.
De acuerdo con las declaraciones de los familiares recogidas por los especialistas, el pequeño se encontraba manipulando la batería y, de manera repentina, la introdujo en su boca. Aunque lograron retirársela inmediatamente, el niño comenzó a presentar malestares que motivaron su traslado inicial a un centro hospitalario local. En un primer momento, la gravedad de la situación pudo no haber sido completamente evidente. Sin embargo, al persistir los síntomas horas después, los médicos practicaron una radiografía que reveló la presencia de un objeto extraño en su tracto digestivo. Este hallazgo activó los protocolos de máxima urgencia.
Dada la complejidad del caso y la necesidad de una atención de alta especialidad, el menor fue trasladado de emergencia al hospital de referencia del IMSS en Monterrey. Allí, el equipo médico procedió con una intervención quirúrgica para extraer la pila de botón. No obstante, y a pesar del esfuerzo clínico, el bebé falleció como resultado de las lesiones internas provocadas por la batería durante el tiempo que permaneció en su cuerpo. Este trágico suceso pone de manifiesto el riesgo extremo que representan estos pequeños componentes electrónicos para la población infantil.
Las baterías de botón, presentes en una infinidad de dispositivos domésticos como controles remotos, juguetes musicales, calculadoras o termómetros digitales, constituyen una amenaza silenciosa y particularmente severa. El peligro no se limita al atragantamiento; el mecanismo de lesión más crítico es de naturaleza electroquímica. Cuando una batería se aloja en el esófago o en otras mucosas húmedas, los fluidos corporales completan un circuito eléctrico que provoca una reacción química. Este proceso genera hidróxido de sodio, una sustancia cáustica similar a la lejía, que quema los tejidos circundantes con rapidez.
La lesión puede perforar el esófago, dañar la tráquea o afectar vasos sanguíneos mayores en cuestión de apenas dos horas, provocando hemorragias masivas e infecciones que, con frecuencia, son fatales incluso si la batería es posteriormente removida. La tragedia de Ángel subraya la necesidad imperiosa de una vigilancia constante y de medidas de prevención proactivas en hogares con niños pequeños. Se recomienda verificar que los compartimentos de las baterías en todos los dispositivos estén asegurados con tornillos y que sean a prueba de manipulación infantil.
Los repuestos y las baterías usadas deben almacenarse en lugares completamente inaccesibles para los niños, nunca en cajones abiertos o sobre mesas. Ante la más mínima sospecha de que un niño ha ingerido una batería, la respuesta debe ser inmediata. No se debe inducir el vómito ni darle de comer o beber. La única acción correcta es acudir sin demora al servicio de urgencias más cercano e informar al personal médico sobre la posibilidad de que se trate de una batería de botón, solicitando de manera explícita una radiografía para confirmar o descartar su presencia. En estas situaciones, cada minuto cuenta de forma decisiva para el desenlace final.















