La red de corrupción y crimen organizado que durante años ha infestado las estructuras del poder en México sufrió un golpe significativo con una captura al otro lado de la frontera. ¿Hasta dónde llegan los tentáculos de estos grupos? ¿Cuántos más operan desde las sombras del gobierno?
Omar García Harfuch, titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, confirmó la detención de Hernán Bermúdez Requena, alias “El Abuelo” o “Requena”, en territorio paraguayo. Pero esta no es la simple aprehensión de un presunto delincuente; es la caída de un exsecretario de Seguridad de Tabasco, acusado de ser el cerebro Comandante H del cártel de “La Barredora”. La paradoja es evidente: quien juró combatir el crimen ahora es señalado como su principal operador.
La investigación, que trascendió fronteras, no fue producto de la casualidad. Fuentes cercanas al operativo revelan que fue fundamental la participación de la Unidad de Inteligencia Financiera y el Centro Nacional de Inteligencia. ¿Qué rastro de dinero siguió la inteligencia financiera? ¿Qué documentos confidenciales conectaron a un exfuncionario mexicano con actividades ilícitas en Sudamérica?
Este caso se erige como la primera prueba de fuego para la nueva Ley del Sistema Nacional de Investigación e Inteligencia. El intercambio de información entre agencias, históricamente entorpecido por la burocracia y la desconfianza, parece haber funcionado. Pero surgen nuevas preguntas: ¿Esta colaboración es sostenible? ¿Logrará desmantelar las redes de complicidad que permiten a líderes criminales operar con impunidad?
La captura de Bermúdez Requena no es el final de la historia; es apenas la rendija por donde se cuela la luz para iluminar una verdad mucho más oscura y compleja. Expone un modus operandi donde los límites entre el Estado y el crimen organizado se difuminan hasta desaparecer, planteando el interrogante más crucial de todos: ¿Quién vigila a los que nos vigilan?