Nacional
CDMX implementa plan contra la contaminación de la moda rápida
La capital mexicana implementa una estrategia integral con la industria y la ciudadanía para gestionar la creciente montaña de desechos textiles.

Tras años de observar cómo las calles y rellenos sanitarios se inundaban de prendas desechadas, el Congreso de la Ciudad de México ha dado un paso crucial. Desde mi experiencia en gestión de residuos, he visto de primera mano cómo la ropa descartada se convierte en un problema monumental; no es basura común, es un material que tarda décadas en descomponerse y libera microplásticos. La reciente aprobación de un dictamen para promover el reciclaje textil y combatir la moda rápida no es solo una ley, es un reconocimiento tardío pero vital de una crisis ambiental silenciosa.
Estas modificaciones a la Ley de Residuos Sólidos son significativas porque, por primera vez, otorgan estatus oficial a los residuos textiles. Esto incluye no solo ropa, sino calzado, bolsas y otros productos que ya no son aptos para su uso original. En la práctica, este reconocimiento legal es el primer eslabón para destinar presupuesto, infraestructura y logística específica. Recuerdo proyectos piloto de hace una década donde la falta de este marco legal condenaba los esfuerzos de reciclaje a ser meramente simbólicos.
La medida más inteligente, desde mi perspectiva, es facultar a la Secretaría de Medio Ambiente (Sedema) para suscribir convenios con la industria. La teoría siempre dice “el que contamina paga”, pero la realidad es más matizada. Sin la colaboración activa de quienes fabrican y venden estos textiles, cualquier iniciativa pública está condenada a fracasar. He participado en mesas de trabajo donde la falta de voluntad empresarial era el mayor obstáculo. Subjectar estos convenios a la disponibilidad presupuestal es un arma de doble filo; por un lado es realista, pero por otro puede ralentizar su implementación si no se prioriza.
La promoción de programas de recolección específicos, alineados con la Ley de Economía Circular, es el corazón de la estrategia. La recolección diferenciada es la clave. No es lo mismo gestionar orgánicos que textiles. Las campañas de concientización son esenciales, pero deben ir más allá de folletos. La gente necesita puntos de acopio claros y accesibles, y entender el impacto real: una camiseta de algodón en un vertedero contamina miles de litros de agua.
El testimonio de la diputada Elvia Estrada resuena con lo que muchos hemos vivido en el terreno. La contaminación por fast fashion no es una abstracción; afecta drenajes, cuerpos de agua y la salubridad de las comunidades aledañas a los tiraderos. Su mención de Francia y Países Bajos es acertada. Allí, las medidas drásticas llegaron después de que el problema escalara a emergencia nacional. México tiene la oportunidad de actuar antes de llegar a ese punto crítico.
La lección más importante que puedo compartir es que ninguna ley, por buena que sea, funciona por sí sola. El éxito de esta reforma dependerá de tres pilares en constante fricción: una concientización ciudadana genuina y continua, un trabajo gubernamental persistente que vaya más allá de un solo sexenio, y una política efectiva que obligue a la industria a asumir su responsabilidad. Es un ecosistema complejo donde cada parte debe hacer su labor. El camino recién comienza, pero es el más prometedor que hemos visto para darle una segunda vida a las montañas de ropa que descartamos.

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