Ceci Flores Armenta, líder y fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora, denunció un episodio que puso en máximo riesgo su integridad física y la de sus compañeras, evidenciando el entorno de hostilidad y peligro en el que desarrollan su labor. Los hechos ocurrieron tras recibir un reporte anónimo que alertaba sobre el supuesto hallazgo de restos humanos en un lugar determinado. Movilizadas por la urgencia que caracteriza su búsqueda, la activista y su equipo se trasladaron al sitio indicado, acompañadas en esta ocasión por elementos de seguridad.
Sin embargo, al llegar al lugar, se encontraron con un escenario macabromente preparado. En lugar de los restos de una persona, lo que hallaron fue una cobija amarrada y rellena de basura, un montaje diseñado para simular un cadáver. Este descubrimiento activó de inmediato las alarmas y los protocolos de seguridad del colectivo. La posibilidad de que el reporte fuera en realidad un señuelo para tenderles una emboscada o ejecutar un ataque directo se volvió una amenaza tangible. Ante este peligro inminente, el grupo y sus escoltas se vieron obligados a abandonar la zona de manera apresurada para preservar sus vidas.
A través de sus plataformas oficiales, Flores relató la angustia vivida durante este operativo fallido. Explicó que, a pesar de contar con resguardo, la naturaleza del engaño los forzó a una retirada. “Hoy, nos llegó información junto con fotos de un supuesto cuerpo, pero cuando llegamos era una cobija rellena de basura. Íbamos con seguridad y tuvimos que salir corriendo, porque no sabemos si alguien quería ponernos una trampa o si solo jugaron con nuestro dolor y con la urgencia que vive en nosotras de encontrar a nuestros hijos”, escribió la activista.
En un mensaje posterior, cargado de una vulnerabilidad que contrasta con su férrea determinación, Flores dirigió un ruego directo a los grupos delictivos. Dejó claro que la misión de las Madres Buscadoras no es la confrontación ni la persecución penal. Su objetivo, insistió, es estrictamente humanitario: localizar a sus familiares desaparecidos. “Le rogamos a los grupos criminales que por favor no nos maten, nuestra lucha no es contra nadie, solo es por volver a abrazar a quienes parimos”, concluyó su mensaje, delineando con crudeza la dicotomía entre su pacífica búsqueda y la violencia que las rodea.
Este incidente no es un hecho aislado en la trayectoria del colectivo, sino que se inscribe en un patrón de intimidación y hostigamiento. Tan solo en noviembre del año pasado, Flores denunció el hackeo de las redes sociales de las Madres Buscadoras, un acto que interpretó como un intento sistemático por silenciar su voz y, por extensión, opacar la grave crisis de desapariciones que afecta a México. Estos actos, ya sean digitales o físicos como la trampa denunciada, buscan infundir miedo y desgastar la incansable labor de estos grupos de la sociedad civil.
A pesar de las amenazas directas y la constante intimidación, Ceci Flores ha reiterado que ni ella ni el colectivo detendrán su marcha. Su posición subraya una trágica paradoja: quienes buscan a las víctimas se convierten a su vez en blancos, obligados a operar en un limbo donde la propia búsqueda de verdad y justicia es una actividad de alto riesgo. La activista ha hecho un llamado a la solidaridad nacional, argumentando que el verdadero enemigo no son personas concretas, sino el dolor profundo de la ausencia y la impunidad estructural que permite que miles de casos de desaparición permanezcan sin resolver. Este episodio con el cadáver falso funciona como una metáfora escalofriante de esa impunidad: una promesa de hallazgo que se revela como un vacío, un engaño que utiliza el dolor como carnada y que obliga a las buscadoras a retroceder, no por desistir, sino para vivir un día más y continuar buscando.















