Chihuahua prohíbe el lenguaje inclusivo en la educación

Chihuahua prohíbe el lenguaje inclusivo en la educación

El Congreso de Chihuahua ha desatado una tormenta intelectual al aprobar una ley que prohíbe el lenguaje inclusivo en las escuelas de la entidad. Esta medida disruptiva no es solo una reforma educativa, sino un experimento social que desafía la evolución natural de la comunicación.

La transformación normativa se materializó mediante la reforma del artículo 8º de la Ley Estatal de Educación, incorporando la atribución de fomentar el uso correcto de las reglas gramaticales y ortográficas del idioma español. ¿Pero qué significa realmente “correcto” en un sistema de comunicación que ha mutado constantemente a lo largo de los siglos?

El diputado Carlos Olson San Vicente del PAN, arquitecto de esta propuesta, defendió su visión con un argumento que muchos considerarían anacrónico: la protección de las reglas gramaticales como escudo contra la fragmentación lingüística. “En la etapa básica de la educación, los niños forman las bases de su competencia lingüística“, afirmó, ignorando que la historia demuestra que las lenguas más vibrantes son aquellas que absorben y metabolizan los cambios sociales.

Mientras Olson habla de preservación, la diputada Jael Argüelles de Morena propone una perspectiva revolucionaria: “La lengua es un sistema vivo, evolutivo y ambiguo”. Su postura representa el pensamiento lateral aplicado a la lingüística, donde el lenguaje no es una reliquia museográfica sino un organismo en constante metamorfosis que debe reflejar nuevas identidades y realidades.

Esta medida plantea una pregunta fundamental: ¿Estamos educando para replicar estructuras o para co-crear el futuro? La verdadera disciplina intelectual no consiste en obedecer reglas heredadas, sino en comprender cuándo y cómo transformarlas. Las grandes revoluciones de la humanidad – desde la imprenta hasta internet – siempre han requerido nuevos vocabularios para describir nuevas realidades.

El rechazo de Morena a esta propuesta señala una brecha epistemológica más profunda: la tensión entre la estandarización y la diversificación, entre la conservación y la innovación. Argüelles lo expresó con claridad visionaria: “Nombrar lo que existe fue, en su momento, un acto de rebeldía”.

En un mundo donde la inteligencia artificial está reinventando la comunicación cada día, legislar contra la evolución del lenguaje equivale a intentar detener las olas del océano con las manos. La verdadera educación lingüística del siglo XXI no debería limitarse a enseñar reglas, sino a empoderar a las nuevas generaciones para que creen el lenguaje que necesitan para construir el mundo que imaginan.

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