La Artesanía de la Tensión Comercial: Una Perspectiva desde el Terreno
En mis años analizando los vaivenes del comercio global, he aprendido que las tensiones nunca surgen de la nada. Se tejen, como un tapiz complejo, con hilos de política doméstica, estrategia geopolítica y una dosis de realismo económico. Lo que estamos presenciando entre México y China es un caso de estudio clásico, una dinámica que he visto repetirse, con distintos actores, a lo largo de mi carrera.
La fricción comercial entre México y el gigante asiático se intensifica de manera palpable. China ha elevado sustancialmente el tono y la frecuencia de sus reclamaciones en respuesta a la nueva ola de medidas proteccionistas implementadas por la administración mexicana en diversos sectores económicos. Recuerdo una situación similar hace una década; lo que comienza con “pequeños guiños” diplomáticos, si se ignora, inevitablemente escala a declaraciones formales de los ministerios. Es una progresión natural.
La iniciativa más polémica en este momento es la propuesta de gravar con un arancel que podría alcanzar el 50% a una variedad de productos originarios de Asia, una medida que actualmente espera la aprobación del Congreso mexicano. En la práctica, estas barreras arancelarias rara vez protegen a la industria local a largo plazo; más bien, suelen encarecer los insumos para las pymes y generan inflación. El trasfondo es ineludible: el giro estratégico de Estados Unidos y su conflicto comercial con China, sumado a la inminente renegociación del Tratado de Libre Comercio de México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) prevista para 2026. México está caminando sobre una cuerda floja, intentando equilibrar su relación primordial con Washington sin provocar un desgaste innecesario con Beijing.
Las señales desde Beijing son ahora explícitas. El Ministerio de Comercio chino ha hecho declaraciones formales, señalando que la Secretaría de Economía mexicana ha iniciado cuatro nuevas pesquisas por prácticas de dumping vinculadas a empresas chinas que importan cinta adhesiva, pernos de acero y tubos de plástico PVC. “China se opone firmemente a las acciones proteccionistas que perjudican los derechos e intereses legítimos de las empresas chinas”, afirmó el Gobierno chino en un comunicado. He visto cómo este lenguaje, que parece genérico, es cuidadosamente calibrado. “Acciones proteccionistas” es el eufemismo diplomático que precede a represalias comerciales concretas.
El núcleo de la protesta china radica en que, a lo largo de 2025, el Gobierno mexicano ha abierto al menos 11 investigaciones antidumping contra empresas o productos de origen chino, generalmente a solicitud de competidores locales. Las autoridades chinas destacan que esta cifra casi duplica la del año anterior, 2024. Cuando un número se duplica, no es una coincidencia; es una política. Y desde la perspectiva de Beijing, la sincronización es sospechosa: esto ocurre en paralelo al incremento en el uso de aranceles por parte de Estados Unidos para presionar a sus socios globales.
La pieza final de este rompecabezas geoeconómico es un dato crucial que he seguido de cerca: México superó a China como el principal socio comercial de Estados Unidos en 2023. Con el regreso de Donald Trump a la presidencia, la prioridad absoluta del Gobierno mexicano ha sido, comprensiblemente, salvaguardar esa relación bilateral a toda costa. La lección que puedo extraer de experiencias pasadas es que, en este juego trilateral, alienar por completo a uno de los gigantes conlleva un riesgo enorme. La verdadera maestría diplomática no está en elegir un bando, sino en navegar las aguas turbulentas entre ambos, protegiendo los intereses nacionales sin cerrar puertas de forma irreversible. El camino que México está tomando es audaz, y sus consecuencias, como he visto antes, definirán su posición en la cadena de suministro global para la próxima década.