Ciudadanos aplican justicia lumínica a técnico de CFE en Dzemul

En un sublime acto de ingeniería cívica que Jonathan Swift hubiera aplaudido con lágrimas en los ojos, los ilustrados moradores de Dzemul, Yucatán, han perfeccionado el arte de la negociación con el monopolio energético. Tras un ayuno tecnológico de doce horas –práctica ascética para purgar los vicios de la modernidad–, decidieron que si la luz no bajaba del poste, el técnico bajaría al poste.

La paraestatal eléctrica, esa entelequia burocrática que opera bajo los misteriosos designios de un oráculo del siglo pasado, había ignorado las súplicas de los simples mortales. Cuando finalmente descendió del Olimpo su cuadrilla divina, los emisarios declararon el problema “complejo” –término técnico que significa “requiere más café y menos sol”– y anunciaron su retirada estratégica. Fue entonces cuando la población indignada, en un arrebato de creatividad democrática, aplicó el protocolo de retención de activos humanos.

“Siempre padecemos interrupciones del fluido eléctrico“, declaró un local con la elocuencia de un ministro de hacienda, “y la sacrosanta CFE solo realiza parches temporales. Exigen tributos exorbitantes por un servicio que se desvanece más rápido que las promesas de campaña”.

Mientras la autoridad municipal intentaba mediar –portando ese manual de convivencia que evidentemente nadie lee–, el técnico atado profería la verdad incómoda del régimen: “No es nuestra culpa los apagones… solo somos los siervos de la gleba del sistema”. Una alegoría perfecta del ciudadano moderno: atado a estructuras que no controla, pagando por servicios que no recibe, y pidiendo liberación a un poder que ni siquiera sabe que existe.

El mensaje, claro como un relámpago en la noche yucateca: si no puedes iluminar las casas, al menos servirás para iluminar el problema.