El secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, confirmó mediante un mensaje en su cuenta de X la detención de Miguel Ángel “N”, señalado como el presunto responsable del homicidio del sacerdote Bertoldo Pantaleón Estrada. Este desarrollo representa un avance significativo en una investigación que ha puesto de relieve la vulnerabilidad de los líderes religiosos en regiones afectadas por la violencia.
Los hechos se remontan al sábado 4 de octubre de 2025, cuando el padre Bertoldo, de 58 años de edad, fue reportado como desaparecido tras ser visto por última vez en la comunidad de Azcala, perteneciente al municipio de Cocula. Según la ficha de búsqueda emitida por la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas de Guerrero, el religioso vestía en ese momento una guayabera azul rey con franjas verticales, pantalón de vestir oscuro y huaraches. Su desaparición activó de inmediato los protocolos de búsqueda, culminando dos días después, el lunes 6 de octubre, con el hallazgo de su cuerpo sin vida en el municipio de Eduardo Neri.
La Fiscalía de Guerrero abrió de manera inmediata una carpeta de investigación por el delito de homicidio calificado. Durante una conferencia de prensa matutina, el propio García Harfuch adelantó que una de las líneas de investigación principales apuntaba hacia el chofer del sacerdote como el probable autor material del crimen. Esta hipótesis situaba el caso en un contexto de extrema traición y vulnerabilidad, sugiriendo que la violencia pudo originarse desde dentro de su círculo más inmediato de confianza.
La noticia del asesinato provocó una ola de indignación y dolor dentro de la comunidad católica en México. Tanto la Conferencia del Episcopado Mexicano como la Arquidiócesis Primada de México emitieron comunicados en los que, además de expresar su consternación, exigieron a las autoridades competentes, tanto estatales como federales, una investigación pronta, exhaustiva y transparente. Subrayaron la imperiosa necesidad de esclarecer los hechos y lograr que la justicia castigue a todos los responsables, un reclamo que resuena en un país donde los ataques contra religiosos han mostrado una tendencia alarmante.
Constatamos con tristeza y dolor que hechos de violencia nuevamente enlutan nuestra comunidad Católica. Por ello, exigimos a las autoridades competentes del Estado y de la Federación una investigación pronta, exhaustiva y transparente que permita el esclarecimiento de este crimen y el justo castigo a los responsables.
La detención del presunto homicida, por tanto, no es solo un paso procedimental en la investigación de un crimen. Se erige como un examen crucial para el sistema de justicia mexicano, sometido a escrutinio por su capacidad para proteger a las figuras comunitarias y administrar justicia en territorios con una presencia significativa de grupos delictivos. El estado de Guerrero, en particular, ha sido escenario de una violencia multifacética donde los líderes sociales y religiosos a menudo se encuentran en la primera línea de fuego, enfrentando amenazas por parte de grupos que buscan controlar el territorio y las dinámicas sociales.
La resolución de este caso posee una dimensión que trasciende lo meramente penal. Para la feligresía y la institución eclesiástica, representa un test de la efectividad estatal y un posible alivio simbólico. Para la sociedad en general, es un recordatorio sombrío de los desafíos persistentes en materia de seguridad y del precio que pagan aquellos que sirven a sus comunidades en contextos de alta criminalidad. La capacidad de las autoridades para llevar este proceso a una conclusión justa será observada con atención, no solo como la solución de un homicidio, sino como un indicador del estado de derecho en una de las regiones más complejas del país.
El camino hacia la justicia completa para el padre Bertoldo Pantaleón Estrada aún requiere que la investigación esclarezca los móviles exactos del crimen y determine si existieron más participantes. Sin embargo, la captura de Miguel Ángel “N” constituye sin duda un hito fundamental. Este caso se inscribe en un patrón más amplio de violencia que exige una estrategia de seguridad integral, una que no solo persiga a los responsables después de los hechos, sino que también establezca mecanismos de protección efectivos para prevenir que tragedias como esta sigan repitiéndose.