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Diputados declaran guerra a las bebidas energéticas para menores

Una polémica iniciativa busca proteger a los jóvenes de los peligros ocultos en latas brillantes y promesas de energía instantánea.

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En un giro digno de una distopía azucarada, el honorable Ricardo Monreal, sumo sacerdote de la Coordinación Política, ha descendido del Olimpo legislativo para salvar a la juventud del más temible de los flagelos modernos: las latas relucientes de líquido estimulante. Con la solemnidad de quien prohíbe el agua bendita, presentó una iniciativa para vetar el néctar de los dioses modernos (conocido vulgarmente como “bebida energética”) a los menores de 18 años.

El documento, redactado con la urgencia de un parte médico en la sala de emergencias, define estos elixires como “potajes no alcohólicos que contienen sustancias capaces de convertir a un adolescente promedio en una mezcla entre un académico sobresaliente y un corredor olímpico… por aproximadamente 17 minutos”. Entre sus ingredientes mágicos destacan: cafeína (el polvo blanco legal), taurina (que no tiene nada que ver con toros pero igual te da alas), y vitaminas del grupo B (porque qué mejor que una sobredosis vitamínica con tu ataque cardíaco).

La propuesta incluye multas tan desproporcionadas que harían llorar a un narco: dos mil veces la Unidad de Medida y Actualización, porque nada dice “protección a la infancia” como convertir una lata de Red Bull en el equivalente fiscal de un Ferrari.

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El texto cita estudios franceses (porque si algo sabe de prohibiciones absurdas es Francia) que advierten sobre efectos que van desde “náuseas” hasta “muerte súbita”, especialmente cuando se mezclan con alcohol, ejercicio o el simple hecho de existir en el México contemporáneo. Curiosamente, no mencionan el principal efecto secundario: convertir a los usuarios en víctimas de anuncios publicitarios donde extremeños saltan de montañas.

En un arrebato de sinceridad legislativa, reconocen que estas bebidas son el opio de los jóvenes, vendidas con la misma ética con que se comercializaba el tabaco en los 50. La ironía es deliciosa: mientras el Estado se rasga las vestiduras por unas latas de guaraná, sigue permitiendo que los niños respiren aire contaminado, coman comida chatarra y naveguen en redes sociales sin supervisión.

La cereza del pastel es la aclaración de que esto no es “autoritarismo”, sino “protección”. Porque en el gran teatro de la política, prohibir es el nuevo cuidar, y la salud pública siempre justifica el paternalismo estatal… excepto cuando se trata de regular la industria de comida rápida, los videojuegos violentos o cualquier otro producto que genere impuestos.

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Así que prepárense, adolescentes mexicanos. Pronto tendrán que conformarse con los peligros tradicionales de la adolescencia: las hormonas, el acné y la poesía de Jaime Sabines. Las bebidas energéticas serán para adultos responsables, esos mismos que las mezclan con vodka mientras discuten esta iniciativa en los bares.

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