Nacional
Doce años buscando entre fosas y mentiras del crimen organizado
Una madre transforma su dolor en esperanza mientras desentraña la red oscura del crimen en México.

En el surrealista mercado laboral mexicano, donde las “ofertas de empleo” incluyen fosas clandestinas y nóminas manchadas de sangre, Patricia López Rodríguez se ha convertido en una auditora involuntaria del capitalismo criminal. Durante doce años, esta contadora de almas ha rastreado 17 cuerpos entre Michoacán y Jalisco, mientras el gobierno sigue emitiendo balances trimestrales con la precisión de un horóscopo.
Su hijo, Pablo Sánchez López, es uno más en el catálogo de desaparecidos premium que el crimen organizado distribuye como si fueran productos de temporada. Desapareció en 2013 tras visitar una discoteca en Morelia —probablemente el único negocio que florece en México sin necesidad de permisos—. Desde entonces, Patricia recorre el país con la meticulosidad de un repartidor de Amazon, pero en su caso, los paquetes son cadáveres y los clientes, madres desesperadas.
“En este país, los jóvenes tienen dos opciones”, explica Patricia mientras hojea un macabro álbum de fotos de Semefos. “O te desaparece el crimen, o te desaparece el Estado. La ventaja es que con el primero al menos sabes dónde no buscar”. Su colectivo, Familiares en Tu Búsqueda, funciona como una especie de Uber de la desesperación: conecta víctimas con fosas, mientras las autoridades juegan al escondite con las estadísticas.
El Rancho Izaguirre, ese parque temático del horror descubierto en Teuchitlán, es solo la punta del iceberg en un sistema donde las cadenas de suministro criminales son más eficientes que las gubernamentales. “De Michoacán a Tamaulipas, de Jalisco a Tijuana”, enumera Patricia. “Es como el programa de intercambio estudiantil, pero con fosas”.
Mientras los políticos debaten si militarizar más el país o pintar murales con frases de paz, Patricia y su ejército de madres forenses siguen cartografiando el México real: ese donde las carreteras no conducen a progreso, sino a fosas; donde el reclutamiento forzado se disfraza de oportunidad laboral, y donde el único plan de pensiones garantizado es una bolsa negra en el Semefo.
Al final, su historia plantea una incómoda pregunta: en este gran bazar de la muerte, ¿quién está realmente desaparecido? ¿Los miles de víctimas, o un Estado que finge demencia mientras cobra su sueldo?

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