En un despliegue de pirotecnia estatal que bien podría enmendar el orgullo de cualquier celebración patria, dos carruajes modernos dedicados al noble arte del traslado de la mano de obra invisible han decidido autoinmolarse en las carreteras de Sinaloa. Las unidades, especializadas en contener sueños y sudor agrícola, fueron consumidas por las llamas en un espectáculo tan previsible como las cosechas, sin que, milagrosamente, se reportaran bajas humanas. Los cuerpos de auxilio, alertados para la función, asistieron puntualmente al rito para certificar la cremación.
El primer acto: Guasave y la combustión espontánea del progreso
El episodio inaugural ocurrió cerca del ejido Las Américas, un nombre tan cargado de ironía que casi provoca llanto. El conductor, un héroe anónimo del volante, percibió que el motor decidía exhalar fuego, como si tosiera ante la idea de seguir funcionando. Al intentar abrir el cofre —esa osadía del que cree en soluciones mecánicas— se encontró con que la máquina prefería mantenerse en su hermético misterio. Rápidamente, el fuego, ansioso por democratizar la destrucción, se extendió a llantas y asientos, aquellos mismos que horas después soportarían el cansancio de los siervos de la gleba. La versión oficial sugiere un corto circuito, una metáfora técnica perfecta para un sistema cuyo cableado social lleva décadas fundido.
El segundo movimiento: Concordia y la armonía del desastre
No queriendo ser menos, otro autobús gemelo, sobre la majestuosa Maxipista Mazatlán-Durango, decidió que su destino también era la pira funeraria. El operador, único pasajero de su propio infortunio, detectó una “falla”. Al descender para verificar el posible desperfecto —un error clásico de quien aún alberga fe en la causalidad— las llamas, como criticando su curiosidad, se avivaron con entusiasmo. El resultado fue una simetría perfecta: asientos, llantas y cableado reducidos a cenizas, en una coreografía de negligencia que baila al ritmo de la temporada.
El epílogo: Los peritos frente al espejo
Los siempre loables cuerpos de auxilio de Concordia y Guasave llegaron con presteza, no a salvar, sino a presenciar el cumplimiento del destino férreo de estas naves. Su labor no fue la de extinguir el fuego —eso sería pedir demasiado al guion—, sino la de garantizar que la destrucción fuera total y estéticamente adecuada. Ahora, los peritajes se llevan a cabo para determinar las causas. Se rumorea que buscan entre las brasas un manual de instrucciones sobre dignidad, o quizás solo el recibo del último mantenimiento, perdido en los archivos de la eterna rentabilidad.












