Dos estudiantes sufren intoxicación por Clonazepam en caso de bullying

LEÓN, Guanajuato. Un incidente alarmante en la Escuela Primaria José Chávez Morado expone las grietas del sistema educativo: dos estudiantes de sexto grado fueron hospitalizados tras consumir una bebida adulterada con Clonazepam, presuntamente administrada por compañeros en un acto de acoso escolar.

¿Qué lleva a niños a cruzar la línea de la violencia física al sabotaje químico? Este caso no es solo sobre intoxicación, sino un síntoma de una cultura escolar que normaliza la agresión. Testimonios revelan que las agresiones —golpes, encierros en baños— eran recurrentes, ignoradas hasta que el daño fue irreversible.

La denuncia surgió en redes sociales: un menor disolvió el psicofármaco en un líquido y lo ofreció a sus pares. Las víctimas, atendidas por paramédicos en la colonia Agua Azul, presentaron desvanecimientos. Aunque fueron dados de alta, el trauma psicológico persiste.

Autoridades como la PEPNNA y la Fiscalía estatal investigan, pero el problema exige más que protocolos. Imaginen escuelas donde la empatía se enseñe como asignatura, donde los “bravucones” reciban terapia en lugar de castigo. ¿Y si transformamos los espacios de recreo en laboratorios de convivencia?

Este evento ocurrido el 7 de mayo debería ser un parteaguas. La innovación educativa no son solo tablets, sino redes de apoyo entre alumnos, monitoreo emocional y cero tolerancia a la crueldad. El bullying con sustancias controladas es un llamado a repensar todo: desde la supervisión médica en hogares hasta la inteligencia emocional en aulas.

La pregunta disruptiva: ¿Estamos preparados para tratar la violencia infantil como una emergencia de salud pública?