El AICM descubre el agua tibia y anuncia un milagro

El Gran Teatro Aeroportuario anuncia una función extraordinaria

En un alarde de lucidez sin precedentes, los sumos sacerdotes del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) han desvelado con solemnidad su Programa Institucional 2025-2030, un mamotreto de dimensiones épicas publicado, como no podía ser de otra manera, en el Diario Oficial de la Federación. El documento, que seguramente reposa sobre pilares de burocracia solidificada, promete lo impensable: que un coloso con los pies de barro aprenda, por fin, a caminar.

La peregrina teoría de los ‘espacios vitales’

El diagnóstico, una joya de la obviedad, señala con dedo acusador unas limitaciones económicas tan sorprendentes como descubrir que el agua moja. Resulta que el caos no es rentable. La distribución de locales es un enigma maya, donde el viajero, convertido en Teseo en un laberinto de cristal y desesperanza, deambula entre zonas de hambruna comercial y otras de saturación absurda. La sostenibilidad financiera del recinto, nos cuentan los oráculos, se ve afectada por este desquiciado ballet logístico, como si la ruina fuera una consecuencia y no el diseño original.

El mantenimiento: esa oscura superstición

En un acto de contrición que conmovería a un ateo, el programa admite la herética idea de que esperar a que todo se desmorone para arreglarlo podría conllevar riesgos operativos. La revelación es estruendosa: la modernización de sanitarios y la repavimentación son necesarias. La torre de control, ese faro que guía a las naves de metal en la bruma, requiere rehabilitación, un eufemismo encantador para “no se cae de milagro”. Prometen paneles solares, una ironía sublime en un aeropuerto que a menudo funciona con la energía de un resignado “ahí se va”.

Para combatir la interferencia ilícita y los riesgos de corrupción, se plantea un sistema de gestión de seguridad operacional. Es decir, proponen crear más reglas y controles en una institución que ya es un monumento al formalismo inútil. Es como intentar curar una hemorragia con un curita, o combatir un huracán con un abanico de plumas. En el Gran Teatro del AICM, el espectáculo de anunciar lo evidente como si fuera una revelación profética debe continuar. El telón nunca baja.

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