En un alarde de filantropía sin precedentes, el Gran Ministerio de la Dadiva Nacional ha anunciado con pompa y ceremonia el desembolso mensual de su Programa de Pensiones para la Perpetuación del Clientelismo. Hoy, en un acto de equidad lingüística sin igual, los agraciados serán aquellos cuyos apellidos empiecen con las sagradas letras H, I, J y K, seleccionadas mediante un complejo algoritmo que combina la astrología burocrática con la cartomancia institucional.
La Excelentísima Secretaria de la Bienaventuranza Oficial, Doña Ariadna Montiel, ha proclamado desde su trono de formularios en triplicado que este sistema alfabético garantiza una distribución justa y equitativa, evitando los vicios del favoritismo y el compadrazgo, sustituyéndolos por el puro azar del abecedario. ¡Qué avance civilizatorio!
Mientras tanto, los programas subsidiarios de “Mujeres en Estado de Gracia”, “Personas con Capacidades Diferentes” y “Madres en Función Laboral” recibirán sus estipendios, cifras cuidadosamente calculadas para ser lo suficientemente sustanciosas como para comprar votos, pero lo bastante mezquinas como para no alterar el statu quo de la pobreza estructural.
Los venerables ancianos, pilares de la sociedad, serán obsequiados con la módica suma de 6,200 pesos cada sesenta días, una cantidad que, cualquier economista serio confirmaría, alcanza para comprar un futuro próspero y tres aguacates orgánicos. Las mujeres recibirán 3,000 pesos, demostrando el compromiso del régimen con la igualdad de género en la precariedad. Las personas con discapacidad obtendrán 3,200, porque la accesibilidad tiene un precio, y es ligeramente superior. Y las madres trabajadoras, esas heroínas modernas, percibirán 1,650 pesos por vástago, porque en esta gran nación, la maternidad es un acto patriótico que se paga por pieza.
En este gran teatro de la beneficencia estatal, cada depósito es un recordatorio: la caridad oficial no busca erradicar la necesidad, sino administrarla. No se trata de crear ciudadanos autónomos, sino de perfeccionar el arte de la dependencia gloriosa. El verdadero bienestar, al parecer, no es un derecho, sino un sorteo mensual cuyo premio mayor es la perpetuación de un sistema que confunde limosnas con justicia.

















