En un acto de devoción cuasi religiosa, la Suma Sacerdotisa del Altar Energético, Claudia Sheinbaum Pardo, proclamó su amor eterno e incondicional por la sagrada reliquia nacional: la Comisión Federal de Electricidad. Con lágrimas de emoción retórica, narró la épica batalla contra los herejes neoliberales del PAN y el PRI, aquellos pérfidos bárbaros que, en su oscuro afán, intentaron profanar el templo vendiendo sus altares turbogeneradores al mercado.
“Yo quiero mucho a la CFE”, declaró con el fervor de quien descubre una verdad revelada, omitiendo mencionar que este amor floreció precisamente cuando ella asumió el control de la novia. Para blindar este idilio de cualquier tentación pecaminosa, explicó el gran acto de reintegración vertical, un concepto tan profundo que sólo puede entenderse como la decisión de que la empresa que genera, la que transmite y la que vende vuelvan a ser la misma, bajo el manto protector del Estado. Una suerte de matrimonio indisoluble por decreto, donde el divorcio se llama “traición a la patria”.
La ceremonia, por supuesto, necesitaba un bautizo adecuado. Así, la Central Ciclo Combinado El Sauz II fue ungida con el nombre de “Josefa Ortiz Téllez Girón”. “Ninguna central eléctrica lleva el nombre de una mujer”, sentenció la mandataria, en un acto de justicia histórica que, irónicamente, rebautiza una planta con el nombre de una mujer… para honrar a otra mujer distinta, Emilia Calleja, a quien se elogió por su “excelente trabajo”. La lógica, como el flujo eléctrico, a veces toma caminos sinuosos.
El clímax llegó con la canonización de los trabajadores. No son simples empleados, sino seres de luz y amor puro. “Aman a su país, aman a la Comisión Federal y aman a la gente”, proclamó Sheinbaum, estableciendo una nueva trinidad laica. Según esta doctrina, la entrega heroica durante las lluvias no se debe a salarios, contratos o profesionalismo, sino a un místico “amor al pueblo y amor a la patria”. Cualquier sugerencia de que la lealtad pueda incentivarse con algo tan mundano como un mejor sueldo sería, claramente, un pensamiento neoliberal y antipatriótico.
Frente a este espectáculo, el gobernador panista Mauricio Kuri, en un ejercicio de supervivencia política digno de estudio, agradeció el apoyo presidencial. La escena era perfecta: el antiguo hereje, ahora arrodillado ante la nueva ortodoxia, pidiendo clemencia energética e hídrica para su feudo. La máquina, bien engrasada con el combustible del simbolismo, seguía su marcha imparable. La soberanía energética, nos recuerdan, no es solo una cuestión de megavatios, sino de mantener encendida, a toda costa, la narrativa.














