En un alarde de alquimia institucional que dejaría pálidos a los antiguos maestros, el alto gobierno ha descubierto la fórmula para transmutar pasados incómodos en futuros dorados y lejanos. A un cuarto de siglo-luna de la misteriosa desvinculación del señor Alejandro Gertz Manero de la Fiscalía General, la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha anunciado, con la precisión de un oráculo moderno, que el gran destino se revelará “ya merito“. Este término técnico, traducido del burocrático al castellano, significa “cuando el mecanismo de distracción esté perfectamente engrasado y listo para su despliegue”.
“Hasta que no nos den la anuencia no informamos”, declaró la mandataria desde su púlpito matutino, consagrando así un nuevo principio de transparencia: la opacidad por consentimiento extranjero. Una nación entera aguarda, con el aliento contenido, a que un “país amigo” —preferiblemente uno remoto y con poca cobertura de prensa internacional— dé su beneplácito para recibir lo que aquí, en un ejercicio de reconocimiento histórico, se ha decidido premiar con un exilio dorado.
La ingeniería semántica del “reconocimiento”
¿Qué dijo realmente la Presidenta sobre el caso? Sheinbaum ha esbozado una doctrina fascinante: el nombramiento diplomático como máxima condecoración estatal. Según esta novedosa teoría, la Ley del Servicio Exterior no es un simple marco jurídico, sino una suerte de varita mágica legal que permite transfigurar a cualquier ciudadano, independientemente de su trayectoria, en un embajador de la patria. “Fue un acuerdo entre los dos”, afirmó, revelando que en los círculos del poder, los pactos caballerosos sustituyen a los tediosos procesos de escrutinio público. Se confía, por supuesto, de manera inquebrantable, en que el designado “lo va a hacer muy bien“, especialmente en la tarea primordial de toda embajada: estar lejos.
El manual del perfecto destierro diplomático
Los detalles de la propuesta son un dechado de elegancia política. La reunión donde se fraguó este destino glorioso debe haber sido un espectáculo de retórica fina. Imagínense la escena: en lugar de un adiós, una misión de alto honor. En lugar de un cuestionamiento, un reconocimiento por servicios prestados. El mensaje subliminal es una obra maestra: cualquier cargo puede ser el preludio perfecto para una embajada placentera, siempre que uno esté en el lugar correcto y en el momento exacto del relevo generacional. Así se escribe la historia, no en libros polvorientos, sino en los comunicados de prensa que anuncian viajes sin retorno hacia el horizonte de la diplomacia creativa.














