El banderazo fantasma de la modernidad ferroviaria

En un alarde de modernidad telemática que habría dejado pálido al mismísimo Julio Verne, la Suma Sacerdotisa del Progreso Irrefutable accionó, desde la cómoda distancia de su salón palaciego, el botón virtual del banderazo iniciático de otra magna obra destinada a redimir a las masas mediante el sagrado ritual del cemento y el acero. El tramo Arroyo El Sauz-Nuevo Laredo del Coloso Férreo del Golfo, una criatura mitológica que promete unir almas y mercancías, fue así concebido no con pico y pala, sino con el poder místico de una señal de internet estable.

“Desde ‘La Mañanera’, el sagrado espacio donde los designios del devenir nacional se revelan ante el pueblo, visualizaremos el futuro”, proclamó la Mandataria, en lo que los estudiosos del ritual político ya catalogan como el primer exorcismo ferroviario a distancia. Mientras, en la pantalla, el Gobernador local, Américo Villarreal Anaya, fungía como fiel avatar terrestre, confirmando con su presencia física que, en efecto, en algún lugar del mapa, existía un terreno esperando ser bendecido.

Los sumos pontífices de la infraestructura, Jesús Antonio Esteva Medina y Andrés Lajous Loaeza, desplegaron entonces los sagrados números de la fe desarrollista: 136.48 kilómetros de vía sencilla que, como un rosario de acero, contará con 52 puentes para que las hadas crucen, 42 pasos vehiculares para apaciguar a las bestias motorizadas y 108 obras de drenaje para llorar las futuras inundaciones. Se erigirán, con humildad franciscana, dos estaciones de baja demanda (eufemismo burocrático para ‘lugares donde no para nadie’) y una terminal en Nuevo Laredo, la nueva Babilonia fronteriza que este tren consolidará como el ombligo de Latinoamérica.

El secretario Esteva, en un golpe de genialidad simbólica, declaró que este inicio de obras coincidía providencialmente con el Día del Ferrocarrilero, honrando así a los héroes del riel… cuyos empleos futuros, se insinúa, podrían ser tan virtuales como el banderazo. Mientras los cálculos auguran viajes relámpago de menos de dos horas (siempre que el tren no espere, como los ciudadanos, a que liberen el derecho de vía), la obra avanza implacable en su fase más crucial: el despalme, ese rito arcaico de raspar la tierra para demostrar que, al menos sobre el papel, el progreso ya comenzó.

Así, entre datos técnicos, promesas de empleos que se cuentan por millares como granos de arena y la visión de futuro proyectada sobre una pantalla, la nación entera puede dormir tranquila. El futuro ferroviario no se construye, se visualiza. Y eso, en la nueva liturgia del poder, es lo más parecido a la realidad.

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