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El Bicentenario reabre entre árboles, burocracia y un concurso que canta por la paz
El parque más político del país regresa con promesas verdes y un jurado musical que juzgará más que voces.

El Bicentenario reabre entre árboles, burocracia y un concurso que canta por la paz
En un acto de justicia poética que solo el gobierno actual podría ejecutar, el Parque Bicentenario —antes secuestrado por los malvados neoliberales— será devuelto al pueblo. No como un simple jardín, sino como un santuario cívico donde, según la Secretaría de Cultura, los ciudadanos podrán correr, respirar aire (parcialmente) limpio y, de paso, venerar la nueva religión estatal: el compromiso social.
Claudia Curiel de Icaza, suma sacerdotisa de este ritual verde, explicó durante la sagrada mañanera que el parque operará bajo un esquema mixto: es decir, mitad público, mitad convenios opacos con el Auditorio Nacional. “Sostenibilidad”, le llaman. Los horarios (7:00 a 18:00) parecen diseñados para que nadie disfrute del atardecer, pero qué importa cuando hay siete ecosistemas supervisados por Semarnat, incluyendo el más exótico: el agua artificial.
Mientras tanto, en el capítulo surrealista de la conferencia, se presentó al jurado de México Canta, un concurso que promete salvar a la juventud de las drogas mediante… ¿rancheras? Regina Orozco y compañía evaluarán 15 mil propuestas, aunque el verdadero desafío será descifrar cómo una canción puede derrotar al narcotráfico. “Inspírense en sus raíces, no en el fentanilo”, parece ser el lema no oficial.
La cereza del pastel: los 365 elegidos (10 por estado, porque la igualdad geográfica es más importante que el talento) serán anunciados el 4 de julio. Irónicamente, el mismo día que Estados Unidos celebra su independencia. ¿Coincidencia? En este gobierno, nada lo es.
“Rescatamos este espacio para el pueblo”, declaró la secretaria, omitiendo mencionar que el pueblo deberá pagar con su tiempo libre: las transmisiones dominicales del concurso serán obligatorias en televisión pública.
Así, entre árboles podados por la burocracia y melodías libres de apología a la violencia, México demuestra una vez más que la cultura no es solo arte: es un espectáculo político donde hasta los parques tienen ideología.

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