En un acto de fervor nacionalista que solo puede compararse con la búsqueda del Santo Grial, los sumos sacerdotes del comercio han decretado que la decimoquinta edición del ‘Buen Fin’ será una oda a lo ‘Hecho en México‘. Salomón Rosas, un oráculo de la competitividad, profetizó ventas por 200 mil millones de pesos, una cifra tan concreta como arbitraria, que demostraría el inquebrantable espíritu consumista de un pueblo sediento de ofertas.
La sagrada festividad, extendida a cinco días para mayor gloria del dios Mercado, contará con un sorteo piadoso donde se repartirá una bolsa de 500 millones de pesos. Dos premios mayores brillan en el firmamento: uno para el tarjetahabiente que demuestre mayor devoción al consumo, y otro para el comercio que mejor haya fingido lealtad a la producción nacional. Una caridad moderna donde los pobres sortean migajas mientras los grandes templos comerciales se embolsan fortunas.
Pero todo éxtasis tiene su penitencia. Octavio de la Torre, gran inquisidor de la Concanaco, exige que la reforma a la Ley Aduanera contemple sanciones ejemplares para los herejes que osen importar o exportar sin el beneplácito del nuevo Santo Oficio Hacendario. Se propone así un sistema donde el Estado actúa como celoso padrote comercial: reparte monedas a los ciudadanos-sumisos y amenaza con el látigo a quienes compren fuera del burdel nacional.
Este monumental teatro, donde se confunde el patriotismo con el acto de pagar a meses sin intereses, es la alegoría perfecta de nuestra época: un país que vende su identidad en paquetes de cinco días, con descuentos en la dignidad y precios de remate en la soberanía.