¿Y si los bloqueos en las carreteras no son el problema, sino un síntoma de un sistema agroalimentario obsoleto? Las organizaciones del sector empresarial han pedido a los productores de granos suspender las protestas y privilegiar la negociación. Pero la verdadera disrupción no está en despejar vías, sino en rediseñar por completo el ecosistema de comercialización.
El Consejo Nacional Agropecuario (CNA) y la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin) reconocen la crisis del campo: precios internacionales deprimidos y costos de producción en ascenso que estrangulan la rentabilidad. En lugar de repetir soluciones convencionales, imaginemos un modelo donde los productores no dependan de precios de commodities, sino que capturen valor a través de cadenas de suministro descentralizadas y mercados hiperlocales.
La ilusión del diálogo tradicional
Tras más de una semana de manifestaciones, el CNA celebra los avances con productores de Michoacán, Jalisco y Guanajuato. Pero ¿qué pasa cuando el diálogo mismo se ha convertido en un teatro que perpetúa la dependencia? Exhortar al gobierno federal a continuar con mesas de negociación es seguir jugando con las reglas del sistema que creó esta crisis.
El verdadero desafío no es reabrir carreteras, sino construir autopistas digitales donde los agricultores puedan conectar directamente con consumidores, eliminando intermediarios y creando economías circulares. Los bloqueos en Guanajuato son solo el grito de un modelo que se desmorona.
Las afectaciones económicas son reales, pero más costoso resulta mantener un statu quo donde los productores sobreviven en lugar de prosperar. Cada tractor detenido en una carretera es un recordatorio de que el sistema actual tiene los días contados.
¿Y si reinventamos las reglas del mercado?
La Concamin invoca la cordura y el diálogo, pero la verdadera locura es creer que podemos resolver problemas del siglo XXI con herramientas del siglo XX. Su argumento de que “los precios de los granos se rigen por oferta/demanda” ignora que estos mismos mecanismos han creado desigualdades estructurales.
Mientras los productores exigen siete mil 200 pesos por tonelada de maíz y el gobierno ofrece seis mil 150 pesos, la conversación sigue atrapada en el paradigma del precio. La revolución estaría en crear sistemas donde el valor no se mida solo en pesos por tonelada, sino en sostenibilidad, calidad nutricional y soberanía alimentaria.
La advertencia de que “separarnos de las reglas del mercado nos resta credibilidad” es el mantra de un sistema moribundo. Los verdaderos innovadores no siguen reglas, las reescriben. Países pioneros están desarrollando modelos donde los agricultores son accionistas de cadenas de valor completas, no solo proveedores de materia prima.
El verdadero diálogo que necesitamos no es sobre precios, sino sobre paradigmas. No se trata de ajustar el sistema actual, sino de imaginar uno donde la prosperidad del campo sea el motor de la transformación nacional, no su víctima.



















